18 Octubre 2013. Mons. Ricardo Tobón Restrepo. Arzobispo de Medellín, Colombia. Se ha vuelto algo común y general, en nuestra sociedad y aun en la Iglesia, hablar mal de los demás. Se olvida que el respeto a la verdad y la caridad con las personas prohíben toda palabra que les cause daño injusto, sea por el juicio temerario que admite sin fundamento suficiente un defecto del prójimo, sea por la maledicencia que sin razón manifiesta las faltas de otras personas, sea por la calumnia que con mentira daña la reputación ajena (cf CEC 2475-2478). San Pedro enseña que quienes somos discípulos de Cristo debemos rechazar todo engaño y toda clase de murmuración (cf 1Pe 2,1).
Y ahora, el Papa Francisco, comentando el Evangelio y los escritos apostólicos, ha sido implacable, en varias intervenciones recientes, contra este mal que ha adquirido el carácter de diversión indispensable en todo encuentro social. En marzo de este año decía: No hablar nunca mal de otras personas. Hablar mal de alguno equivale a venderlo, como hizo Judas con Jesús. El chisme, en el que hay como una alegría oscura, vuelve a la otra persona una mercancía. Si veo defectos en otro debo pedir al Señor por él y no debo ser yo quien le haga justicia con mi lengua (27-3-2013).
Un mes después, señalaba: La calumnia mata, destruye la obra de Dios y nace de una cosa muy mala: nace del odio. Mentira y calumnia caminan juntas, porque la una tiene necesidad de la otra para ir adelante (15.4.2013). En junio de este año, dijo: La cólera y el insulto al hermano pueden matar. Si alguno no es capaz de dominar su lengua se pierde. Es un punto débil, es una cuestión que viene de lejos, porque aquella agresividad que tuvo Caín con relación a Abel se repite a lo largo de la historia. No sé por qué nos resulta más fácil resolver una situación con un insulto, con una calumnia, con una difamación, que resolverla por el camino del bien (13.6.2013).
Las habladurías y el chisme, comentaba el Papa al comienzo del pasado mes de septiembre, son armas que cada día perturban la comunidad humana, sembrando envidia, celos y ambición de poder. Con ellas se puede llegar a matar a una persona. Por tanto, hablar de paz significa también pensar en cuánto mal se puede hacer con la lengua. Nos hemos habituado a los chismes y frecuentemente transformamos nuestras comunidades y aun nuestras familias en un infierno, donde se manifiesta esta forma de criminalidad que lleva a matar el hermano con la lengua. Una comunidad o una familia vienen destruidas por la envidia que el diablo pone en el corazón y que hace que uno hable mal del otro (2.9.2013).
Pocos días después, afirmó categóricamente: No hay murmuración inocente. Quien habla mal del prójimo es un hipócrita que no tiene la valentía de mirar sus propios defectos. Quien murmura ciertamente es un perseguidor y un violento. La murmuración tiene una dimensión criminal porque cada vez que hablamos mal de nuestros hermanos, imitamos el gesto homicida de Caín. Si hablas mal del hermano, lo matas. Y cada vez que lo hacemos imitamos el gesto de Caín, el primer homicida de la historia. Si alguno se comporta mal, reza por él, haz penitencia por él, si es necesario habla a la persona que puede remediar el problema; pero no se lo digas a todos (13.9.2013).
Finalmente, la semana pasada, el Papa Francisco indicó: Las habladurías son una lengua prohibida, porque es una lengua que genera el mal. El demonio está desatando una guerra espiritual, una especie de guerra civil entre nosotros, no con las armas conocidas sino con la lengua. Antes que juzgar a los demás, es preferirse morderse la lengua porque así se hincha y no se puede hablar (28.9.2013). Estas enseñanzas contundentes del Santo Padre son un llamado urgente a corregir un mal que nos está destruyendo, que ataca la dignidad humana, que va contra la justicia y la caridad. Un Padre de la Iglesia decía que la lengua es una espada de tres filos que hiere, al mismo tiempo, al que habla, al que escucha y a aquel de quien se habla.