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EL SACERDOCIO, una vocación para ser feliz
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El Sacerdocio, la «¿Profesión?» más Feliz
Publicado el: Lunes, 02 de Abril de 2012 00:00 Autor: Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades
Reproducimos en su totalidad este documento de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades de España, como invitación a nuestras parejas y Consiliarios a “entender” lo que significa en verdad el Sacerdocio HOY y SIEMPRE. A finales del pasado noviembre (2011), la prestigiosa revista norteamericana Forbes, especializada en el mundo de los negocios y las finanzas y conocida habitualmente por la publicación anual de la lista de las personas más ricas del mundo, incluyó una lista de las diez profesiones más gratificantes, a juzgar por el grado de felicidad de quienes las ejercían. Los sacerdotes católicos y los pastores protestantes –los clérigos– lideraban el ranking. ¿Es el sacerdocio la profesión más feliz del mundo? Según el parecer de la revista Forbes, sí. La razón esgrimida en el artículo para justificar la felicidad inherente al ejercicio del sacerdocio consiste en que este otorga a la vida un sentido que hace de la propia existencia algo digno de ser vivido. Según el estudio, ni la remuneración económica ni el status social que se deriva del ejercicio de una profesión inciden en la felicidad que reporta. La afirmación de que los sacerdotes eran las personas más satisfechas y realizadas en el ejercicio de su profesión, causó sorpresa tanto entre creyentes como en no creyentes.
La imagen que habitualmente se tiene del sacerdocio apunta más bien en dirección contraria. Los sacerdotes son presentados con frecuencia como hombres algo amargados, apartados del mundo y escasamente comprometidos con los problemas reales de la sociedad. Por eso, afirmar que el sacerdocio es la profesión más “feliz” causa cierta perplejidad e invita a formular una cuestión: ¿qué es lo que hace del sacerdocio la profesión más feliz del mundo? Responder a esta cuestión no es fácil. Hoy quizá más que nunca somos conscientes de que los obstáculos y las dificultades del camino sacerdotal no son escasos, y que las sombras acompañan siempre los momentos luminosos. El sacerdote experimenta el gozo de la entrega y el servicio desinteresado, pero también padece, como tanta gente en nuestro mundo tecnificado, la soledad. Acompaña a las personas, es instrumento de la misericordia de Dios, pero muchas veces se siente indigno y pecador. Preside la Eucaristía, predica la Palabra, anima y guía a la comunidad cristiana, pero son pocos los que le escuchan o parecen interesados en el mensaje del que es portador. Si las sombras en el ejercicio del sacerdocio son tan evidentes como las luces, el interrogante que planteábamos no se despeja describiendo las tareas del sacerdote. Esta última constatación nos induce a pensar que la pregunta por los motivos que hacen del sacerdocio la “profesión” más feliz quizá no esté bien planteada. ¿Es el sacerdocio una profesión? Es verdad que podemos identificar algunas tareas que son propias del sacerdocio, y que el sacerdocio está considerado socialmente como un “trabajo cualificado”, pero si se le pregunta a cualquier sacerdote por la índole de su sacerdocio, ninguno dirá que se trata de una profesión. Dirá más bien que se trata de una vocación. ¿Profesión o vocación?
El estudio de Forbes se hace eco de una equívoca identificación entre profesión y vocación, ampliamente difundida en nuestra cultura, y que da lugar a no pocos malentendidos. Aunque es cierto que algunas profesiones tienen un componente vocacional elevado (en general las profesiones arquetípicas, como el médico, el psicólogo o el maestro), no es menos cierto que un gran número de profesiones carecen de este carácter. En la siguiente tabla aparecen algunos indicadores que establecen algunas diferencias entre una profesión y la vocación, en este caso la sacerdotal. Profesión · Se refiere a una actividad externa ·
Se determina en función de los gustos, las cualidades y las posibilidades · Se pone en funcionamiento la dimensión creativa-generativa · Remunerado · Puede cambiar · Pide disciplina y dedicación. Vocación · Tiene que ver con el interior de la persona · Exige una determinación espiritual · Se ponen en funcionamiento todas las dimensiones de la vida: afectiva, de la existencia racional, creativa, etc. · Gratuito · Permanece · Exige exclusividad, entrega absoluta, · Nace de una pasión. Las diferencias enumeradas no han de ser consideradas dialécticamente, como opuestos excluyentes, sino como matices distintivos. El que la vocación sacerdotal requiera de una determinación espiritual, es decir, de una elección libre del individuo que responde ante Dios, no significa que los propios gustos se marginen o que las propias cualidades permanezcan sin explotar. Hay sacerdotes que son excelentes músicos, escritores o profesores. Lo que significa es que estos, contra lo que muchas personas opinan, no constituyen el elemento fundamental de la vocación sacerdotal. Si observamos con detenimiento las notas mencionadas, enseguida nos percatamos de que mientras los indicadores de la profesión tienen que ver sobre todo con el hacer, los de la vocación apuntan más bien al ser. La vocación, en efecto, afecta a nuestra identidad profunda, dice quiénes somos en realidad, más allá de toda apariencia. De este modo, podemos decir que el sacerdocio es una profesión en la medida que el sacerdote “hace” cosas, desempeña diversas funciones, pero con eso no está dicho todo. Lo que verdaderamente define al sacerdocio es su carácter vocacional; es decir, el hecho de que se trata de un proyecto de vida que exige una determinación espiritual (una respuesta a una llamada), que afecta a todas las dimensiones de la vida (corpórea, afectiva, intelectual, etc.), que pide exclusividad, entrega y fidelidad absolutas, y que es animado por una pasión: la pasión por el Evangelio.
El lema escogido para la campaña del Día del Seminario en este año, reza precisamente así: “Pasión por el Evangelio”. Esta expresión alude a la energía interior, al movimiento del corazón, que nutre toda vocación sacerdotal tanto en su origen como en su crecimiento. La vocación al sacerdocio está animada por esta pasión, un arrebato que desinstala a quien posee de sus coordenadas habituales y le ofrece un espacio diverso en el que integrarse. El sacerdocio, una cuestión de pasión… La pasión es un movimiento del alma, una exaltación de nuestro ser, que surge espontáneamente, sin que medie determinación alguna por parte de quien es presa de ella. Es un elemento fundamental de la experiencia del amor, aunque esta no se agota en la pasión. La pasión embruja, hechiza, desinstala de la realidad habitual para hacer entrar a quien posee en una dimensión distinta, en otro orden de realidad. Es la condición indispensable del enamoramiento. Con frecuencia se piensa que la pasión es instintiva e irracional, que irrumpe intempestivamente, arrasando toda consideración racional o moral. «La pasión es ciega», dice el dicho popular.
El genial escritor Stendhal, en cambio, afirma: «la pasión no es ciega, sino visionaria». Frente a la creencia popular, la pasión no es arbitraria y voluptuosa, sino que recrea la realidad, imagina un nuevo orden, un mundo diverso, precisamente para hacer más habitable el mundo real. En este sentido, se puede decir que la pasión no es “razonable”, ya que cuestiona la prudencia de la razón, el realismo de la sensatez que no pocas veces enmascara un larvado pesimismo. La pasión, señalábamos antes, es un ingrediente fundamental del enamoramiento y, consecuentemente, de la experiencia del amor. La pasión, por tanto, es provocada siempre por una persona que suscita en nosotros un deseo de proximidad y unión. Las cosas o las ideas no poseen esta capacidad. Cuando en el lenguaje cotidiano se utilizan expresiones como «me apasiona el fútbol» o «siento pasión por los toros», el término pasión es usado en un sentido analógico, porque sólo una persona es capaz de suscitar pasión. … por el Evangelio Sentir pasión por el Evangelio es posible porque el Evangelio no es primariamente un mensaje, un conjunto de ideas encomiables, sino fundamentalmente una persona, Cristo, el Hijo de Dios, que nos ha invitado a la conversión y a creer en el Evangelio (Mc 3,14), o sea, en Él mismo, portador y realizador de la salvación. Él ha llevado a cabo la salvación por los caminos de Galilea, curando a los enfermos, expulsando a los demonios, acogiendo a los pecadores y excluidos, predicando la buena noticia de la misericordia de Dios. Él ha constituido la Iglesia para perpetuar el anuncio del Evangelio, y le ha dejado el Espíritu para que suscite la pasión por el Evangelio en todos los creyentes, para que sean testigos de Cristo, Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados y resucitó (1 Cor 15, 1ss).
El anuncio del Evangelio es, en efecto, una empresa tan urgente y personal que, sin duda, requiere grandes dosis de pasión. Una pasión así, solo puede nacer del corazón de Dios, quien se ha apasionado primero por el hombre. El mismo Dios que siente predilección por sus criaturas, es quien toca el corazón en la intimidad de cada hombre, quien suscita la pasión por el Evangelio en cada ser humano, especialmente en aquellos a quienes llama a ser testigos en la Iglesia de la incesante fecundidad del Evangelio: los sacerdotes. Los profetas utilizan el lenguaje de la pasión para dar cuenta de esta relación especial que se constituye entre Dios y aquellos a quienes elige de entre su pueblo para una misión especial a la que no pueden sustraerse: «Yo me decía: “No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre”; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía» (Jr 20,9). La pasión, avivada por el Espíritu, empuja a la proclamación del Evangelio, hace de este anuncio una tarea insoslayable, urgente, necesaria para quien lo proclama, pues su vida se halla estrechamente vinculada al mensaje anunciado. Tener pasión por el Evangelio solo es posible si se contempla a Cristo como origen y raíz del Evangelio. De los episodios de la vida de Jesús, de sus palabras incisivas y de sus gestos de misericordia brota un estilo de vida evangélico del que el sacerdote es testigo y portador. En la contemplación de Cristo, presente y actuante en la Eucaristía y la Palabra, fermenta el estilo evangélico, la gestualidad cristiana, que se alimenta de una incesante pasión por el Evangelio, avivada por el contacto habitual con Cristo en la oración y los sacramentos.
La pasión, en cierto modo va impresa en la misma lógica del Evangelio. El Evangelio no es para gente “razonable”, para gente que tiene “los pies en la tierra”. El Evangelio subvierte la lógica del mundo, valora la realidad terrena con criterios ajenos a los comunes. En este sentido, el Evangelio difiere del “sentido común”, del modo habitual de comprender los retos de la existencia. Quien acoge el Evangelio eleva la mirada, entra en una esfera de conocimiento diferente, aprende a observar la realidad desde otro ángulo, con los ojos de Dios. Solo puede entrar y permanecer en esta lógica quien está animado por una pasión por el Evangelio. La pasión posibilita el surgimiento de la esperanza allí donde la razón sólo constata la imposibilidad, donde el sentido común desaconseja cualquier inversión. Esta realidad se constata claramente en la experiencia del amor.
La literatura nos da cuenta de amores imposibles –Abelardo y Eloísa, Calixto y Melibea, Romeo y Julieta–, que prosperan en virtud de la pasión, capaz de suscitar la esperanza de un amor logrado, no obstante la aparente imposibilidad de llevarlo a cabo. La pasión por el Evangelio nos abre también a la esperanza, desplegando una mirada nueva sobre la realidad, hasta entonces percibida como cerrada en sí misma. No se trata de una esperanza cualquiera, sino de la Esperanza con mayúsculas: la esperanza de la salvación, del advenimiento del Reino de Dios. Esta esperanza tiene como garante el Evangelio predicado –Cristo muerto y resucitado– y constituye el dinamismo esencial de la fe cristiana. Así, la pasión por el Evangelio emerge como una fuerza que empuja a crecer, a estrechar la distancia entre Cristo y cada uno de nosotros. Se trata de un dinamismo necesario en el seguimiento de Jesús, pues nos alerta ante cualquier acomodamiento.
La pasión por el Evangelio libera de las certezas adquiridas, nos obliga a distanciarnos de ellas para cuestionarlas. El Evangelio es para quien lo acoge y lo hace vida, una fuente constante de riesgo, pues abre una brecha entre la realidad –personal y social– tal como es y la realidad tal como debería o podría ser. «Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos…» (2 Tim 1, 6) A veces, cuando se rompe una pareja, se aduce como razón que “se había extinguido la pasión”. Es verdad. En toda historia de amor –y la vocación sacerdotal lo es– existe el riesgo de que la pasión se apague, de que deje de alumbrar y dar calor a la propia existencia. ¿Cómo conjurar este riesgo? Hemos comenzado este escrito haciéndonos eco de la sorprende noticia aparecida en la revista Forbes, en la que se afirmaba que el sacerdocio es la profesión más feliz del mundo.
Al explicar la diferencia entre una profesión y la vocación, señalábamos que la vocación sacerdotal se caracterizaba por estar animada en su origen y desarrollo por una verdadera pasión por el Evangelio. Lamentablemente, esta pasión puede decaer, dejar de dar luz y calor al corazón sacerdotal. Por esto, el saludo de Pablo a Timoteo contiene una exhortación a reavivar el don de la vocación recibida. Pablo es consciente de que si esta pasión no se alimenta, se desvanece azotada por los vaivenes de la vida y las dificultades. La crisis vocacional de nuestro tiempo aparece así como una crisis de pasión, una mengua de la vitalidad y el entusiasmo en la vivencia de la vocación sacerdotal, que repercute en la capacidad de suscitar en los jóvenes el deseo de unirse más estrechamente a Cristo. Recordar que el núcleo de la vocación sacerdotal está habitado por una inextinguible pasión por el Evangelio invita a volver la mirada sobre ella para reavivarla y contagiar así a otros de esta fuerza salvífica que no conoce fronteras. «Al verlos, compruebo de nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para hacerlos apóstoles suyos, permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta del Evangelio al mundo» (Homilía de Benedicto XVI en la celebración Eucarística con los seminaristas durante la JMJ 2011).
QUÉ SIGNIFICA SER LAICO
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II LOS FIELES LAICOS
7 Abril 2012. Catecismo de la Iglesia Católica
897 "Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo. Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).
La vocación de los laicos
898 "Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG 31).
899 La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la Iglesia:
Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia (Pío XII, discurso 20 Febrero 1946; citado por Juan Pablo II, CL 9).
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
901 "Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios" (LG 34; cf. LG 10).
902 De manera particular,los padres participan de la misión de santificación "impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos" (CIC, can. 835, 4).
903 Los laicos, si tienen las cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de acólito (cf. CIC, can. 230, 1). "Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho" (CIC, can. 230, 3).
Su participación en la misión profética de Cristo
904 "Cristo,... realiza su función profética ... no sólo a través de la jerarquía ... sino también por medio de los laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra" (LG 35).
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente (Sto. Tomás de A., STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra". En los laicos, esta evangelización "adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes ... como a los fieles (AA 6; cf. AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su colaboración en la formación catequética (cf. CIC, can. 774, 776, 780), en la enseñanza de las ciencias sagradas (cf. CIC,can. 229), en los medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los Pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas" (CIC, can. 212, 3).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; Es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14, 30: PL 15, 1403A).
909 "Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas" (LG 36).
910 "Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles" (EN 73).
911 En la Iglesia, "los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho en el ejercicio de la potestad de gobierno" (CIC, can. 129, 2). Así, con su presencia en los Concilios particulares (can. 443, 4), los Sínodos diocesanos (can. 463, 1 y 2), los Consejos pastorales (can. 511; 536); en el ejercicio de la tarea pastoral de una parroquia (can. 517, 2); la colaboración en los Consejos de los asuntos económicos (can. 492, 1; 536); la participación en los tribunales eclesiásticos (can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de "aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios" (LG 36).
913 "Así, todo laico, por el simple hecho de haber recibido sus dones, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma `según la medida del don de Cristo'" (LG 33).
LA IGLESIA ES ASUNTO DE TODOS
Apuntes tomados del libro: Vivir con Cristo, Padre Martín Weichs, SVD)
Lo que dice Pablo Casals a los músicos, vale también para nosotros los cristianos: "No toquen notas, hagan concierto." Como la melodía nunca saldrá bien si todos los integrantes de la orquesta no tocan armoniosamente la parte que les corresponde, así tampoco se puede formar una auténtica comunidad cristiana si todos sus miembros no ocupan su lugar y desempeñan la tarea que les es propia. El director solo no hace la música; así tampoco la vida de la Iglesia, y más concretamente la de una parroquia, no es exclusivamente "asunto de los curas", sino que es cosa de todos sus miembros.
LA IGLESIA ES ASUNTO DE TODOS.
Algunos piensan: "Habría que comenzar por hacer 'practicantes' a aquellos que se proclaman católicos". Es muy fácil decirlo ... Otros, algo maliciosos, dicen que habría que hacer verdaderamente cristianos creyentes a aquellos que son practicantes ... Fuere lo que fuere de estas respuestas demasiado simplistas y demasiado rápidas, no hay duda de que un cierto número de los cristianos practicantes está compuesto por personas altamente comprometidas en la vida de la Iglesia, y sin duda y gracias a Dios este grupo va aumentando.
Pero ¿cuántos son los católicos resignados, atrapados por las preocupaciones diarias? parece a veces como si hubiesen cloro formado su Ideal cristiano para no sufrir demasiado. Han llegado a ser "clientes de la Iglesia". No forman parte activa de la comunidad. Llegan a la iglesia como se llega a un supermercado. Durante la Misa están sentados como delante del televisor, esperando que el "espectáculo" sea interesante o termine pronto ... No es asunto de ellos.
Otros, durante algún tiempo, procuran actuar, luchar, pero luego, no pudiendo cosechar los frutos de su trabajo en seguida, emprenden la retirada. Algunos de ellos se transforman en amargados críticos. A veces llegan a denigrar y querer desanimar a aquellos que continúan en el trabajo y que no quieren bajar los brazos. Resulta más fácil demoler que construir y arrimar el hombro! En otros se constata un contraste evidente entre lo que confiesan con la boca y lo que viven ...
TODOS SON RESPONSABLES EN LA IGLESIA
Es una verdad: La Iglesia no será viviente si ella no se transforma en una verdadera comunidad de creyentes donde cada uno se sienta y quiera ser responsable.
EN PRIMER LUGAR:
¡VERDADEROS CREYENTES!
No se trata desde un principio de HACER algo más. Se trata de SER; de ser cristiano auténtico. Aquí no se trata de una creencia vaga en un "ser supremo", "en algo que está sobre nosotros". Tampoco se trata de llamarse "auténtico creyente" sencillamente porque se admite un catálogo de verdades que hay que creer, un CREDO sin du da, pero un CREDO que permanece cerebral y que no compromete en manera alguna en el seguimiento de Jesucristo.
La fe viviente consiste en encontrar a Jesucristo Resucitado, que me conoce, que me ama, que me llama y que me invita a seguirlo.
Hay creyentes serios para quienes los únicos responsables en la Iglesia son: el Papa, los obispos Y los sacerdotes. Los demás bautizados no tienen más objetivo que la fidelidad a las orientaciones recibidas de arriba. Uno decía: "Yo no soy más que una oveja en la Iglesia, como dice el Evangelio. Iré donde me digan, haré lo que me manden". Pertenece al grupo de los que creen cumplir con su deber de cristianos con sólo oír la Misa, ESCUCHAR el sermón, RECIBIR los sacramentos ... Pura actitud PASIVA. ¿Es esto todo lo que tienen que hacer los laicos en la Iglesia?
La verdad es, que TODOS ESTÁN LLAMADOS POR SU BAUTISMO Y POR SU CONFIRMACIÓN A SER CRISTIANOS APOSTÓLES, activos, anunciadores y testigos de la Buena Noticia de la Salvación en Cristo.
El cristiano debe ser un TESTIGO DE LA FE EN JESUCRISTO. Testigo es aquél que ha visto, antes de ser aquél que da cuenta de algo. Frecuentan ustedes suficientemente la lectura de la Palabra de Dios para poder decir que lo conocen a Jesucristo?
Lo que no se conoce no se puede amar .... ¿Lo conocen de una manera intelectual o lo conocen como amigo? ¿Lo conocen de una manera subjetiva y fantasiosa, eligiendo arbitrariamente aquello que les agrada en el Evangelio o bien lo conocen en verdad, a través de la fe de los apóstoles, transmitida luego por la Iglesia? ¿Aceptan a CRISTO ENTERO con todo lo que Él nos dice en el Evangelio?
Los cristianos deben ser SERVIDORES DE SUS HERMANOS, los demás hombres. La Iglesia, a través de todos sus miembros, que somos nosotros, está insertada en el mundo. Nosotros, ¿tomamos parte en las alegrías y en las penas, en las luchas y en los sufrimientos de todos nuestros hermanos, especialmente de los más pobres y de los más alejados? Dios los ama a todos. Él quiere manifestar su amor a través de su Iglesia, a través de los compromisos valientes y eficaces de los cristianos en el corazón del mundo
TODOS SON RESPONSABLES DE LA IGLESIA
Todos somos responsables de aquello que ES la Iglesia, de su SER. Nosotros somos los miembros de esta Iglesia.
Si somos miembros enfermos o medio muertos, si somos sarmientos secos por los que no corre la savia vivificante de Cristo, la Iglesia sufre. Para que la Iglesia sea viva es necesario que TODOS sus miembros vivan realmente de Jesucristo. Es necesario que una FE vigorosa los clarifique y los fortalezca. Es necesario que una" ESPERANZA sin fallas los dinamice. Es necesario que un AMOR auténtico habite en ellos y sea el motor de sus vidas.
Los cristianos son responsables de la Iglesia porque ellos son RESPONSABLES DE LA FE Y DE SU IMPACTO sobre ellos mismos y sobre los demás. La fe en nuestros días es difícil. No se mantiene por sí sola. Se halla atacada de múltiples maneras y en todas las edades. Hay que fortificar esta fe, alimentarla, purificarla, vivificarla por la lectura y meditación de la Palabra de Dios, por la participación activa en la Santa Misa y en las Celebraciones de la Pa labra, con oración asidua, y por reuniones
LA IGLESIA NO SE CONSTRUYE CON PLANOS Y LADRILLOS.SE CONSTRUYE ALLÍ DONDE HERMANOS ORAN, ACTUAN Y VIVEN EN EL ESPÍRITU DE JESUCRISTO
AYUDANOS A LEVANTAR ESTA IGLESIA! Insiste el Papa Juan Pablo II en que la CATE QUESIS DE LOS ADULTOS "es la forma principal de la catequesis porque está dirigida a las personas que tienen mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada. La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin la participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos destinatarios o promotores de la actividad catequética.
El mundo en que los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe en un mundo de profundas transformaciones y exige que la fe de ellos sea igualmente iluminada, estimulada y renovada sin cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos son responsables.
Así pues, para que sea eficaz, la catequesis ha de ser PERMANENTE y sería ciertamente vana si se detuviera precisamente en el umbral de la edad madura, puesto que, si bien ciertamente de otra forma, se revela no menos necesaria para los adultos. ... Hay que repetirlo: en la Iglesia de Jesucristo NADIE debería sentirse dispensado de recibir la catequesis. (Cattrad. N° 43 Y 45). Es necesario que la fe sea visible para los demás. Es necesario que sea luminosa. No se ilumina una habitación con la llamita de un fósforo, sino por medio de una lámpara potente. No se puede ser faro de gran distancia con un foco de 25 vatios ... ¿Qué luces somos nosotros? ¿No somos a menudo responsables de las tinieblas en las que viven todavía tantos hombres en nuestro derredor?
El Evangelio no se predica sólo -ni en primer lugar- con palabras. Se predica con los hechos; se expresa por medio de la VIDA DE LOS CRISTIANOS que VIVEN según el Evangelio. LA FE SE DEMUESTRA POR LAS OBRAS. El apóstol Santiago es claro: "Hermanos, qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no lo demuestra con su manera de actuar? ... Son las obras las que hacen justo al hombre y no sólo la fe ... Así como el cuerpo sin el espíritu está muerto, del mismo modo la fe que no produce obras está muerta." Es necesaria la fe para salvarse, pero la adhesión a CRISTO no puede ser teórica, sino que tiene que manifestarse en hechos. Dice el mismo Cristo: "No basta con que digan: 'Señor, Señor', para entrar en el Reino de los cielos, sino hay que hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo."
Es nuestra RESPONSABILIDAD: Nuestras actitudes, nuestros comportamientos, nuestras palabras, nuestros juicios, nuestros mismos silencios son testimonios o contra testimonios. LA IGLESIA ES LO QUE SOMOS NOSOTROS, tal cual nosotros la hacemos, porque la Iglesia somos todos los bautizados. Lleva el rostro que nosotros le damos.
Hay muchas arrugas en el rostro de la Iglesia, decía el Papa Juan XXIII, y él quiso el Concilio para renovar este rostro. No basta que tengamos documentos del Concilio, de Puebla y de la Conferencia Episcopal Argentina. Es la Iglesia entera, en todos sus miembros, que debe convertirse para vivir el Evangelio y convertir esos documentos en vida. En este sentido todos somos responsables, EN y DE la Iglesia.
Hay lugar en la cantera. HAY LUGAR PARA TODAS LAS VOCACIONES Y PARA LAS DISTINTAS TAREAS. Necesitamos laicos bien comprometidos y servidores de sus hermanos en nombre de Jesucristo. ¡No esperes que te vayan a pedir algo! ¡Búscalo tú mismo! Lo encontrarás fácilmente.
¡RENOVACIÓN PERMANENTE
Unidos en Cristo, ayudándonos mutuamente, estudiando, meditando asiduamente y viviendo decididamente la fe "dejaremos de ser niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a causa de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error. Por el contrario, viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. Él es la Cabeza, y de Él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor"(Ef 4,14-16).
EL LAICO EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO
El laico se ubica, por su vocación, en la Iglesia y en el mundo. Miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la construcción del Reino en su dimensión temporal.
En profunda comunicación con sus hermanos laicos y con los Pastores, en los cuales ve a sus maestros en la fe, el laico contribuye a construir la Iglesia como comunidad de fe, de oración, de caridad fraterna y lo hace por medio de la catequesis, de la vida sacramental, y de la ayuda a los hermanos.
De allí la MULTIPLICIDAD DE FORMAS DE APOSTOLADO, cada una de las cuales pone énfasis en algunos de los aspectos mencionados.
Pero es en el mundo donde el laico encuentra su campo específico de acción (Cfr.EN 73). Por el testimonio de su vida, por su palabra oportuna y por su acción concreta, el laico tiene la RESPONSABILIDAD DE ORDENAR LAS REALIDADES TEMPORALES para ponerlas al servicio de la instauración del Reino de Dios.
En el vasto y complicado mundo de las realidades temporales, algunas exigen especial atención de los laicos: LA FAMILIA, LA EDUCACIÓN, LAS COMUNICACIONES SOCIALES. Entre estas realidades temporales no se puede dejar de subrayar con especial énfasis la ACTIVIDAD POLÍTICA. Ésta abarca un amplio campo, desde la acción de votar, pasando por la militancia y el liderazgo en algún partido político, hasta el ejercicio de cargos públicos en distintos niveles.
En todos los casos, el laico deberá buscar y promover el bien común en la DEFENSA DE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE Y de sus derechos inalienables, en la protección de los más débiles y necesitados, en la construcción de la paz, de la libertad, de la justicia; en la creación de estructuras más justas y fraternas. (III Conferencia Episcopal, Puebla 787-792)
RENOVACIÓN DE LA PASTORAL DEL LAICADO
Una renovada pastoral del laicado organizado exige: vitalidad misionera para descubrir con iniciativa y audacia nuevos campos para la acción evangelizadora de la Iglesia: apertura para la coordinación con organizaciones y movimientos. teniendo en cuenta que ninguno de ellos posee la exclusividad de la acción de la Iglesia: canales permanentes y sistemáticos de formación doctrinal y espiritual con actualización de contenidos y pedagogía adecuada.
"MINISTERIOS MENORES"
Para el cumplimiento de su misión, la Iglesia cuenta con diversidad de ministerios. Al lado de los ministerios jerárquicos, la Iglesia reconoce un puesto a los MINISTERIOS SIN ORDEN SAGRADO. Por tanto, también los laicos pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio a la comunidad ec1esial, para el crecimiento y vida de ésta, ejerciendo ministerios diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiere concederles por ejemplo, lector o acólito.