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VIVIMOS LA CRISIS DE LA SANTIDAD
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16 Enero 2012. Autor: Pedro Luis Llera Vázquez | Fuente: Catholic
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que el honor es la “Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”; y en su segunda acepción, sería la “buena reputación que sigue a la virtud o al mérito”.
En los últimos años, la palabra “valores” se ha puesto de moda y se ha repetido hasta la náusea. Hay términos como “solidaridad” o “tolerancia” que una y otra vez se leen y se escuchan vengan o no a cuento. Parece que la “tolerancia” o el “ser tolerante” supone un “valor” incuestionable. Pero pocos se atreven a decir hoy en día que algo es “intolerable”. Por ejemplo, que en España tengamos más de cinco millones de parados resulta intolerable. Que la mentira se haya convertido en algo socialmente aceptado, resulta intolerable. Que el aborto sea una realidad socialmente consentida y aceptada, resulta intolerable. Que la infidelidad conyugal se vea como algo normal, resulta intolerable. Que la corrupción campe a sus anchas y sea una práctica extendida entre políticos, empresarios y trabajadores, resulta intolerable. Que el matrimonio se haya convertido en un cajón de sastre donde cabe cualquier tipo de relación, me parece intolerable. Que el Estado se haya arrogado el derecho a educar moralmente a nuestros hijos, usurpando el derecho que únicamente nos corresponde a los padres, resulta intolerable.
Sinceramente: estoy harto de los “valores”, de la “tolerancia” y del “talante”. Lo decente es luchar por el bien y la justicia; y combatir el mal, la corrupción, la mentira y la opresión, venga esta de donde venga. Por eso reivindico la recuperación del concepto del honor y la necesidad urgente de cultivar las virtudes. Toda persona tiene la obligación de comportarse de acuerdo con unos principios. Tenemos la obligación de comportarnos de manera ejemplar y de combatir a aquellas personas cuyo comportamiento no esté a la altura de esa ejemplaridad.
Una persona con honor - honorable - no miente ni engaña ni roba. Una persona con honor cumple la palabra dada en su vida social y personal. Un hombre o una mujer no pueden prometerse amor y fidelidad y luego engañar a su cónyuge: ¿es que la palabra dada no sirve para nada? Y no vale apelar a la debilidad del ser humano ni pamplinas por el estilo. Cuando uno se compromete a algo o con alguien, tiene la obligación de cumplir con su deber. Y resulta intolerable la facilidad con la que se tolera lo intolerable.
Y otro tanto habría que decir de la obligación de los padres de educar a sus hijos, que para eso los han traído al mundo. O la obligación de tratar con justicia a los trabajadores; o la de los trabajadores de realizar el trabajo que cada uno tenga que desempeñar con el mayor esfuerzo y dedicación y de la mejor manera posible. Las personas no están al servicio de la economía, sino que la economía debe estar al servicio de las personas para que todos puedan vivir con dignidad.
Todos tenemos el deber de tratar a los demás con respeto. Las personas no son objetos de usar y tirar: ni en las relaciones laborales ni en las personales. Las relaciones sexuales no son un juego de niños. El otro, el prójimo, no es algo que esté ahí para que yo lo use y me lo pase bien. Debemos recuperar urgentemente la responsabilidad en las relaciones sexuales y combatir la banalización de la sexualidad y la promiscuidad rampante. No puede ser que en España se lleven a cabo más de cien mil abortos ni que la píldora postcoital se consuma como si fueran caramelos.
¡Cuántas veces se hace una separación drástica entre “vida pública” y “vida privada”! ¡Cuántas veces se escucha esa falacia de que “cada uno en su vida privada puede hacer lo que le dé la gana”! Pues no. La conducta personal debe ser ejemplar en la vida pública y en la privada. Si alguien maltrata o engaña a su mujer, ¿puede ser de fiar en cualquier otro ámbito? Si uno es un sinvergüenza en su vida privada, no puede pretender que nadie se fíe de él en la vida pública. Todos tenemos la obligación, al menos, de intentar ser ejemplares en nuestra vida: la íntima y la pública.
La crisis que sufrimos hoy en día es una crisis que hunde sus raíces en una profunda quiebra moral: vale todo y el “honor” se considera un concepto anticuado y sin vigencia alguna. Y así nos va. Cuando se fomentan los vicios y se desprecian los méritos; cuando la virtud es objeto de burla y desprecio; cuando el fin justifica los medios, el resultado que obtenemos es una sociedad enferma y decadente como la de hoy en día. Sin honor, sin virtudes, sin ejemplaridad y sin esfuerzo ni mérito, no iremos a otro sitio que no sea la ruina. Por eso, hoy más que nunca, hacen falta personas ejemplares y honorables. Para un católico como yo, la crisis más importante que padecemos, en el fondo, es una crisis de santidad.
Se hace necesaria la renovación de la Fe
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Crisis ética, la novedad de la juventud y la alegría africana
El año que pasó inspira algunas líneas maestras del 2012
ROMA, domingo 1 enero 2012 (ZENIT.).- “En este final del año, Europa se encuentra en una crisis económica y financiera que, en última instancia, se funda sobre la crisis ética que amenaza al Viejo Continente”, afirmaba Benedicto XVI en su discurso de felicitación a la curia vaticana, en el que hacía un somero balance del año transcurrido.
Es sin duda, un año más, la contracorriente adversa en la que se debe nadar, una crisis de la que hay unos pocos, poquísimos, causantes y miles de millones de víctimas. En esta situación, la Iglesia, a través de sus pastores y líderes ha llamado a la solidaridad con los más golpeados.
En este sentido son importantes los mensajes de Caritas Internacional, de los obispos europeos y, en el caso de España, el llamamiento de Caritas a los electores y a los nuevos gobernantes sobre la necesidad de nuevos parámetros para un sistema económico más justo y solidario, aportando ideas y soluciones concretas.
Sin embargo, en ese importante discurso, Benedicto no se detuvo en la crisis y otros males, porque para él está claro que todo tiene una raíz: el abandono de los valores cristianos. Por ello, el remedio que propone es muy sencillo: una reevangelización en aquellos países tradicionalmente cristianos que en gran parte han dejado de serlo. “En efecto, el gran tema de este año, como también de los siguientes, es cómo anunciar el Evangelio. ¿De qué manera la fe, en cuanto fuerza viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad? Todos los acontecimientos eclesiales del año que está por concluir han estado relacionados en definitiva con este tema”, resume Benedicto XVI.
Recuerda sus viajes a Croacia, a España, para la Jornada Mundial de la Juventud, a su patria, Alemania, y a África, Benín, para la entrega del documento postsinodal sobre justicia, paz y reconciliación. Un documento, señalaba el papa, “del que ha de nacer una realidad concreta en las diversas Iglesias particulares”.
Diagnosticar y afrontar un mal oculto
Uno de los retos que desde hace varios años afronta la Iglesia es el descubrimiento de centenares de casos de abusos a menores por parte de miembros del clero o religiosos. Son casos que, en general, se remontan a muchos lustros atrás. Cabe preguntarse por qué afloran ahora. Pero no hay duda de que hay que admirar el coraje con el que Benedicto XVI personalmente ha lanzado un mensaje muy claro al mundo: tolerancia cero.
La Iglesia no sólo ha salido al paso pagando indemnizaciones millonarias sino que ha puesto las bases para que tales atentados contra la infancia no se repitan. Las comisiones creadas en los distintos países no sólo han proporcionado asistencia a las víctimas, sino que han propuesto itinerarios de formación para los futuros sacerdotes y religiosos. Y también hay que destacar el coraje del papa al mirar cara a cara a los afectados: se ha entrevistado en privado con las víctimas en varios países de los que ha visitado.
Benedicto XVI, de modo extraordinario, este año ha estado dos veces en España. Fue el tercer país que visitó, tras ser elegido en 2005, luego de Alemania y Polonia, para asistir al Encuentro Mundial de las Familias en Valencia. Y tanto le debió gustar la experiencia que este año ha regresado dos veces. La última, la Jornada Mundial de la Juventud, tras las experiencias vividas en Colonia y Sydney, le ha servido para hacer balance de esta iniciativa impulsada por el beato Juan Pablo II y el siervo de Dios cardenal Eduardo Pironio. Su reflexión sobre las constantes que marcan cada vez más a estos encuentros de las nuevas generaciones, le ha servido para marcar cinco líneas que podrían orientar a los nuevos evangelizadores.
Se podría decir que a Benedicto algo le han cambiado los jóvenes. Un papa que, a diferencia de su predecesor, no es en principio un papa "mediático", se sintió feliz en las “movidas” juveniles madrileñas. Benedicto quedó tan tocado con la inédita respuesta de los jóvenes a la tormenta de Cuatro Vientos, que ante aquella multitud calada por la lluvia e inmóvil adorando al Santísimo, improvisó unas palabras de gratitud y se dijo: algo nuevo está naciendo en la Iglesia. Un nuevo modo de ser cristiano: alegre, comunicativo, fresco, vital, sin complejos, y que no se arredra ante los elementos adversos.
El fenómeno, como ya sucediera en Estados Unidos o en el Reino Unido, causó un giro copernicano en algunos medios españoles laicistas que no pudieron dejar de dar cuenta, si querían seguir siendo creíbles, del hecho asombroso en estos días de "botellón" y "litronas" en la calle, de una juventud que se reúne, intercambia, disfruta, ora en la calle, canta y baila, transpira alegría y “buen rollo”, sin otro incidente que los ataques e insultos de algunos “indignados” en la Puerta del Sol, que achacaban a la visita papal su desalojo del kilómetro cero de la capital.
Líneas de la Nueva Evangelización
Por ello, en ese discurso programático a la curia, el papa ha trazado unas líneas maestras de la Nueva Evangelización a partir de lo que enseñan las JMJ, que han pasado ya sus bodas de plata.
“La magnífica experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, ha sido también una medicina contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva evangelización vivida. Cada vez con más claridad se perfila en las Jornadas Mundiales de la Juventud un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano, que quisiera intentar caracterizar en cinco puntos”, dijo en ese discurso programático Benedicto XVI.
Son, en resumen, “una nueva experiencia de la catolicidad” de la que “nace después un modo nuevo de vivir el ser hombres, el ser cristianos”. “Un tercer elemento, que de manera cada vez más natural y central forma parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y de la espiritualidad que proviene de ellas, es la adoración”. “Otro elemento importante de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la presencia del Sacramento de la Penitencia que, de modo cada vez más natural, forma parte del conjunto”, explicó. “Finalmente, como última característica que no hay que descuidar en la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar la alegría”, concluyó Benedicto XVI.
El año que comienza
En línea también de prospectiva, el papa señalaba que “la institución del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización nos remite anticipadamente al Sínodo que sobre el mismo tema tendrá lugar en el próximo año. También tiene que ver con ello el Año de la Fe, en recuerdo del comienzo del Concilio, hace cincuenta años”. Son dos citas importantes del año que comienza.
En Alemania, el país de origen de la Reforma, el papa recordó que, en su viaje, “la cuestión ecuménica, con todas sus dificultades y esperanzas, ha tenido naturalmente una importancia particular. Indisolublemente unida a esto, hay siempre en el centro de las discusiones una pregunta: ¿Qué es una reforma de la Iglesia? ¿Cómo sucede? ¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos?”.
¿Reforma de la Iglesia?
Benedicto XVI parece estar proponiendo una reforma de la Iglesia: “No sólo los fieles creyentes, sino también otros ajenos, observan con preocupación cómo los que van regularmente a la iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye continuamente; cómo hay un estancamiento de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué debemos hacer entonces?”. Se pregunta el papa. Y responde que todo es cuestión de fe. Es decir, la reforma empieza con una renovación de la fe.
“El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces”, afirma.
Lo que África enseña a la vieja Europa
En este sentido, añade, “el encuentro en África con la gozosa pasión por la fe ha sido de gran aliento. Allí no se percibía ninguna señal del cansancio de la fe, tan difundido entre nosotros, ningún tedio de ser cristianos, como se percibe cada vez más en nosotros. Con tantos problemas, sufrimientos y penas como hay ciertamente en África, siempre se experimentaba sin embargo la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar. Encontrar esta fe dispuesta al sacrificio, y precisamente alegre en ello, es una gran medicina contra el cansancio de ser cristianos que experimentamos en Europa”.
Así que, tanto de España y los jóvenes como de los católicos africanos, Benedicto se llevó en la maleta una y la misma gran fuerza dinamizadora de la transmisión del Evangelio: la alegría de ser cristianos.
En África, Benedicto entregó un documento eclesial que habla de justicia, paz y reconciliación.
En su mensaje de la paz para este año, ha unido esas dos experiencias, sus dos mensajes, a la juventud y a los africanos, en el que marca la jornada eclesial de la paz 2012, este 1 de enero: eduquemos para formar hombres y mujeres pacíficos, amantes de la justicia y hacedores de reconciliación.