23 September 2024
 

13 de septiembre de 2014. Autor:  Padre, José María Iraburu. Les voy a hablar de los sacramentales 1) porque son una de las maravillas de la Iglesia, es decir, del mundo de la gracia, y 2) porque hoy están muy desconocidos y menospreciados por la inmensa mayoría de los cristianos, también de los practicantes. Reforma o apostasía.

La doctrina fundamental sobre los sacramentales la encontramos hoy en el Concilio Vaticano II,

en la constitución Sacrosanctum Concilium (60-61). Pero se nos da más desarrollada en el Catecismo de la Iglesia Católica (1667-1673), que a continuación transcribo y comento.

1667."La Santa Madre Iglesia instituyó los sacramentales. Estos son signos sagrados que, imitando de alguna manera a los sacramentos, significan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (SC 60; Código Dº Canónico, 1166; Código Dº Oriental, 867).

Teólogos mediavales, como Hugo de San Víctor (+1141), llamaban a los sacramentales "sacramentos menores", para distinguirlos de los siete sacramentos. Fueron instituidos por la Iglesia, Esposa de Cristo y administradora de los tesoros de su gracia (cf. 1Cor 4,1), para fomentar la vida espiritual de los fieles, fundamentada en los sacramentos. Los sacramentales, en el orden de la gracia, no tienen como los sacramentos una eficacia ex opere operato, es decir, por la misma eficacia de la obra realizada, pero tampoco su virtualidad santificante depende sobre todo de la disposición personal de quien los recibe, sino que santifican principalmente por la intercesión de la Santa Iglesia, ex opere operantis Ecclesiae. Pero es tan grande ante el Señor la fuerza de la intercesión de la Iglesia, de la comunión de los santos, que podría decirse que santifican quasi ex opere operato.

1668.Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos, pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo).

-¿Cree usted en los sacramentales? -Por supuesto. Yo creo en todo lo que la Iglesia enseña. -Permítame una pregunta complementaria: ¿tiene usted a mano agua bendita, por ejemplo, en su casa? -No, en realidad no. -Pues entonces usted no cree en los sacramentales. O dicho quizá más exactamente, su fe en los sacramentales está muerta. De momento, no le vale para nada. Convendrá que pida a Dios que con su gracia despierte y resucite esa fe.

1669. Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" (cf. Gén 12,2) y a bendecir (cf. Lc 6,28; Rm 12,14; 1Pe 3,9). Por eso los laicos pueden presidir ciertas bendiciones (cf. SC 79; Can. 1168); la presidencia de una bendición se reserva al ministerio ordenado (obispos, presbíteros o diáconos) en la medida en que dicha bendición afecte más a la vida eclesial y sacramental.

Lo mismo dispone el Derecho Canónico: "Es ministro de los sacramentales el clérigo provisto de la debida potestad; pero, según lo establecido en los libros litúrgicos y a juicio del Ordinario, algunos sacramentales pueden ser administrados también por laicos que posean las debidas cualidades" (c. 1168; cf. Bendicional, Prenotandos generales, 16 y 18).

1670 Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella. "La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida [...] sean santificados por la gracia divina que emana del misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (SC 61).

En una comunidad monástica, por ejemplo, que viva por supuesto según su Regla y tradición, se establece una atmósfera sagrada, es decir, santificante en casi todas las acciones y las cosas que configuran la vida ordinaria personal y comunitaria, y que de este modo quedan evangelizadas. Está bendecida la campana que marca las horas, hay oraciones y bendiciones especiales para los cálices y objetos litúrgicos, para el inicio del trabajo, el comienzo de un viaje, el fin del día antes del sueño, los alimentos, los hábitos religiosos, los frutos del campo, los ganados, las máquinas, los huéspedes y visitantes, los novios y los matrimonios, los niños y los enfermos, la esposa embarazada, etc. Y el agua bendita está presente en la iglesia, las salas comunes y las celdas personales. Efectivamente, casi todos los aconteceres de la vida ordinaria quedan santificados por los sacramentos y los sacramentales, y protegidos del Maligno. Y como ya vimos, en un cierto sentido, la vida monástica es modelo para todo el pueblo cristiano (173-177).

El Catecismo enseña que son tres los sacramentales más importantes: las bendiciones, las consagraciones y los exorcismos (1671-1673), de los cuales trataré, Dios mediante, en los artículos siguientes.

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Sólo la espiritualidad católica de lo sagrado integra los sacramentales en la vida cristiana. Pero hoy en gran medida está debilitado el sentido de lo sagrado entre los cristianos, incluso entre los practicantes. Por el contrario, el cristiano católico "se hace como niño" para entrar en el Reino, valora en modo máximo la virtualidad santificante de lo sagrado. Sabe que la Iglesia le ofrece en los sacramentos y sacramentales unos signos privilegidos para la santificación, es decir, para la unión con Dios. Y por eso acude a ellos, asiéndose fuertemente de la mano de su madre la Iglesia. Como un niño que en el peligro corre a refugiarse en su madre, así el católico, sabiéndose asediado por el diablo, tiende, bajo la acción del Espíritu Santo, a buscar el auxilio de la Madre Iglesia; también en los sacramentales, ya que éstos, como dice el Vaticano II, son auxilios "de carácter espiritual obtenidos por la intercesión de la Iglesia" (SC 60). El católico, el cristiano que se hace como niño, busca al Santo en lo sagrado, allí donde el Señor ha querido manifestarse y comunicarse con especial intensidad, certeza y significación sensible.

El cristiano católico aprecia, busca, procura, usa, construye, conserva, defiende, venera todas las sacralidades cristianas, sacramentos, ministros, templos, fiestas religiosas. En igualdad de condiciones, prefiere que la Misa sea celebrada en un templo consagrado que en una sala ordinaria. Prefiere escuchar la predicación de un Obispo, presbítero o diácono, que la predicación de un laico -en igualdad de condiciones-, porque sabe que el Señor, por el sacramento del Orden, potencia precisamente a los que han sido ordenados sacramentalmente para el ministerio de la Palabra Divina (Vat. II, CD 12-13; PO 2;4). Vive el Año litúrgico con gran intensidad. Para él no es lo mismo estar en domingo o en miércoles. Prefiere, por ejemplo, intensificar en Cuaresma sus penitencias personales, pues espera recibir de Dios, en ese tiempo "de gracia y penitencia", especiales ayudas de conversión, expiación y nuevas gracias.

Por el contrario, pelagianos, modernistas y progresistas desprecian ampliamente todo lo sagrado en la Iglesia, concretamente los sacramentos -por eso no practican- y más aún, si cabe, los sacramentales. Ellos entienden que son cristianos aquellos hombres que procuran seguir "el camino abierto por Jesús". Y entendiendo así el cristianismo, pretenden recuparar de este modo el Evangelio de Jesús para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Con unos u otros matices intelectuales, consideran que todo el andamiaje de dogmas, jerarquías apostólicas, normas litúrgicas, disciplinas canónicas, etc. tuvo su razón de ser en una fase antigua e incipiente de la Iglesia, cuando ésta integró, evangelizó y transformó toda esa tramoya de mediaciones visibles, que era substancial en las religiosidades primitivas. Pero los discípulos de Jesús, llegados a la condición de cristianos adultos -gracias a la secularización de todo, también de la religión-, alcanzan una inteligencia mucho más pura y verdadera del Evangelio auténtico, y prescinden de todas esas estructuras dogmáticas y sacrales -en las que nunca pensó Cristo-, que caracterizaban hasta ahora a la Iglesia. Por eso, la expresión cristianos no-practicantes no es para ellos peyorativa, sino que es más bien la expresión de una madurez adulta en la vida evangélica.

 

Ni los sacramentos ni los sacramentales tienen ningun virtualidad religiosa para el progresista pelagiano. Él no busca su salvación en la gracia de Dios, sino más bien en su propia esfuerzo personal. No busca ser salvado por Cristo, sino salvarse él mismo de todas sus cautividades según sus fuerzas, modos y maneras. No comprende que la salvación es ante todo don de Dios, que él confiere a los creyentes especialmente a través de los signos sagrados que él mismo ha establecido para ello. No entiende la gratuidad de lo sagrado, y lo mira como algo primitivamente religioso, más o menos afectado de superstición y magia. "¿Por qué rezar la Liturgia de las Horas, y no una oración más de mi gusto y devoción? ¿Qué más da ir a misa el domingo o un día de labor? ¿Qué tienen de especial los pomposamente llamados "sacerdotes"? El sacerdocio ministerial no existe. ¿Qué tiene el templo que no tenga otro lugar cualquiera?"... El sólo confía en su propia mente y voluntad para realizarse plenamente: sólo cuenta para él lo que estimula más sus sentimientos, aquello que su mente capta mejor, lo que más se acomoda a su modo de ser. Por tanto, el orden de sacralidades dispuesto por Dios es para él absolutamente insignificante. Y por eso o se aleja de lo sagrado o lo usa arbitrariamente, sólo en cuanto coincida con su inclinación personal, o en cuanto sea posible adaptarlo a sus gustos y criterios.

 

Los semipelagianos tampoco aprecian y practican los sacramentales de la Iglesia. Ellos, reconociendo la necesidad de que la gracia, por una parte, ayude sus voluntades, consideran que, por otra parte -que es la decisiva-, la santificación mayor o menor de un cristiano está vinculada a un esfuerzo más o menos generoso de la libertad personal. Es principalmente esta generosidad espiritual del cristiano la que marca el crecimiento mayor o menor en la vida espiritual.

 

Por eso éstos no aprecian los sacramentales, porque no implican ningún esfuerzo de la voluntad. Lo más costoso es lo más santificante; y como los sacramentales no cuestan esfuerzo alguno, no hay en ello fuerza santificante. De hecho no los asimilan en su vida espiritual -por ejemplo, ni se les ocurre usar el agua bendita-. Es cierto que muchos de ellos no niegan doctrinalmente su eficacia, pero sus pensaciones -las pensaciones tienen más de sensación que de pensamiento; pero funcionan como si fueran pensamientos- les llevan a estimar, conscientemente o no: ¿cómo va a santificar algo que no cuesta esfuerzo alguno... algo que es pura gratuidad, pura recepción de un don de Dios, conseguido por la intercesión de la Iglesia?

 

¿Cómo es posible que sean tan pocos los bautizados que conozcan y estimen los sacramentales? Ya quedamos (?), al tratar de gracia-y-libertad (59-66) en que hoy, en las Iglesias descristianizadas, la mayoría de los bautizados son no-practicantes, pelagianos, que no van a Misa. Una minoría son practicantes, y de ellos la mayoría son semipelagianos, y la minoría, católicos. Ésa es la explicación. Fuente:  infocatólica.