15 November 2024
 

15 de agosto de 2014.  Autor: Cristian Camilo Cárdenas Aguirre. Seminarista, Arquidiócesis de Ibagué, Colombia. Al niño desde muy pequeño se le inculca obedecer por encima de todo y sin decir nada, e incluso se tienen frases de cajón como “el que obedece no se equivoca”. Frase que desde párvulo se pregona cada vez que hay un gesto de rebeldía o de orden a recibir. De esta manera, es como se va gestando esta cualidad en la persona.

La obediencia hace grandes personas; detrás de obedecer, debe haber humildad y disciplina, que permiten a las personas ser magnas y virtuosas.

Es así donde se crea un ambiente propicio para tener unas relaciones sanas moralmente constituidas y éticamente estables; sin esta, la persona sería como una bestia que haría de su ser y sus actos un lugar donde no habría freno ni brida.

La obediencia genera la humildad de aceptar no con la sumisión de un domado ni irrumpiendo en las decisiones propias (voluntad), sino el reconocer noblemente las disposiciones del que lo pide; esto, para un bien de la misma persona y de los otros a quienes se encomiendan. De igual manera la obediencia genera disciplina, pues así como la bestia es conducida por el jinete, esta a su vez, debe tener disciplina a las órdenes que el jinete le envía; una bestia que no obedezca a las órdenes, iría directamente al abismo, precipitándose a la muerte del ser. Por lo tanto, la disciplina se implanta en el obedecer y es así como se genera una virtud.

Hay una consigna que plantea la fraternidad sacerdotal San Juan de Ávila en su libro “Sólo para valientes” que ilustra diciendo “obediencia pronta y alegre”; frase muy valiosa que permite vislumbrar humildad (pronta) y disciplina (alegre), lo pronto significa el reconocer la tarea que se le pide a realizar y la alegría es la capacidad activa que se debe tener para ejercer dicha tarea. Es por eso que obedecer tiene elementos valiosísimos que ayudan a la persona a crecer y a generar demás virtudes que permiten una sana convivencia y fraterna relación con la sociedad.

LAS DOS VÍAS DE LA OBEDIENCIA.

Existe un dilema al momento de aceptar lo que se obedece, que a su vez se convierten en alternativas y son: obedecer por la vía de la simple sumisión o por la vía de la esperanza.

Hay veces el hombre obedece órdenes que no son de su gusto, simplemente las acepta en razón de su trabajo, puesto o dignidad. Hay una frase que se oye decir para ingresar a los oficios laborales “para ascender toca empezar por lo bajo”; frase que considero superficial, ya que si el hombre es hecho para grandes cosas, no necesariamente se necesita pasar por lo bajo; lo bajo en este caso, significa untarse de la mediocridad y lo efímero de la sociedad; con esto no me refiero a labores difíciles y mal pagas (de injusticia), sino al obstruir el sueño del que piensa en grande, rebajándolo a lo superfluo. Otra posición que se encuentra frente a esta frase común, anteriormente citada, se refiere ahora a personas que sin ser nada quieren ser de todo; es decir, aquella persona que sin mérito alguno quiere ir a la cima con la ley del menor esfuerzo; ejemplo de ello, es el que anhela ser gerente de una gran empresa teniendo tan solo un bachillerato básico. El mundo no puede estar anclado en la ley del menor esfuerzo pretendiendo ascender a niveles que solo competen a aquellos que pensaron en grande y con esfuerzo, frente a los que no quisieron mover un dedo. Es cierto que el grande atravesó por duras pruebas, luchó, se esforzó, lloró; aunque esto no significa iniciar por lo bajo, empero es un entrenamiento que se tuvo como preparatoria para posicionarse en lo alto.

El obedecer no implica dejarse empalagar por lo más sucio de las realidades sociales. La persona que obedece, es cierto, no se equivoca; pero por ello no debe dejarse seducir por las simples apetencias del superior, es decir, por los caprichos del jefe que quiere imponer sus propios criterios, ya que el profesional para esto se ha preparado: a ejercer únicamente lo que le compete. Esto se explica mejor con el siguiente ejemplo: una persona que se dispone para ser docente, sabe que con su trabajo puede ser enviado a la escuela más reconocida de la ciudad o también a la escuela más humilde de un municipio lejano; para esto se está formando, es la razón de su profesión y si en su formación inicial, el obedecer no se educa desde la convicción, se convertirá entonces en una tragedia constante y en un miedo a sabiendas que en cualquier momento puede ser removido del cargo o peor aún, agonizando de envidia al ver a sus colegas en el trabajo que el ansía tener. Otro ejemplo ilustrativo es el de los pastores de la Iglesia, quienes desde su libertad por el celibato y la pobreza son formados cada día a despojarse de todo y a prepararse para ser enviados a donde el superior los necesite. Un pastor que no esté en disposición de ello, no podrá jamás comprender la obediencia pronta y alegre, y vivirá siempre en tensión de convenios y escalafón de ascensos. El filósofo Nietzsche tiene una célebre frase que reza “¡Cuántos hombres se precipitan hacia la luz, no para ver mejor sino para brillar!” Parafraseando al pensador, busca este expresar que la obediencia no consiste en aceptar un trabajo, cargo o dignidad como viaducto para brillar más, ser ilustrados y exaltados en sus hojas de vida por sus oficios realizados; sino todo lo contrario, para ver mejor y ser luz frente al que solo ve sombras, ayudándolo a salir de la tiniebla (Cfr. Mito de la caverna del filósofo Platón).

Toda profesión está en tensión de obedecer a cualquier oficio que se le pida, pues este, aunque no guste muchas veces, forma parte de su profesión. Es lógico que a un médico no lo pueden enviar a litigar a un juzgado, pues no es de su competencia; debe sujetarse a su profesión y desde ella ser obediente a lo que se comprometió a laborar, ya que toda vocación trae implícitamente la obediencia que se debe tener para realizarse pronta y alegremente.

La consecuencia de aceptar un cargo solo por obediencia, no por convicción ni amor, es el aniquilamiento total o parcial de lo que se le encomienda. La obediencia no es la sumisión total, yendo contra la voluntad, ni tampoco son convenios que se hacen con ocasión de saltar de un puesto a otro sin pensar en el deterioro que ocasiona el puente que se buscó para ascender; pues como reza un dicho popular en sentido negativo: “donde no hay amor ni cenizas quedan”. La obediencia es el sí convincente y confiado que hace de un cargo, el entusiasmo alegre y esperanzado sin buscar intereses personales; más ayudando a crecer y fortalecer el puesto encomendado.

No hay que desconocer que muchas veces para llegar a una posición laboral alta, hay que ir paso a paso ascendiendo; esto no es un problema para el que aspira a lo alto; no. El problema es no valorar ni respetar cada posición que se tiene; un ejemplo al respecto, es un docente que se ha convertido en coordinador de una institución; él sabe que es un candidato a ser rector, pero debe pasar por una coordinación. Éste como coordinador debe respetar, valorar y agradecer el puesto que se la ha dado, no sobrepasar su autoridad ni abusando de ella, ni mucho menos subestimar a quien tiene a su cargo. Él ha de saber que esa tarea forma parte de su profesión, y su obediencia no debe ser con una sumisión en la que coarte su libertad y voluntad, sino con la esperanza de saber que el puesto encomendado hace parte del quehacer profesional y debe por ende, realizarlo con humildad y disciplina y no simplemente por convenios de ascensos.

Un ascenso se obtiene por mérito y reconocimiento, no por intereses personales o por engaño. El humilde y disciplinado llega lejos, porque toda su vida fue obediente a lo que se le pidió, y este valor le permite avanzar mucho más, (ejemplo: un oficio de mayor responsabilidad) ya que es capaz de luchar, mejorar y hacer crecer el oficio que se le ha pedido administrar; frente al contraste de la persona que, teniendo en mente sobresalir a costa de su propio interés personal, no respeta los puentes que tuvo para ascender, hasta tal punto, es capaz de destruir el mismo puente después de haber pasado por él, pues su única ventaja fue aprovecharse de esto para ascender, y de manera egoísta, no permite que quienes vienen atrás puedan atravesar por el mismo.

La obediencia solo se logra cuando se tiene la entera convicción que al obedecer, hay una esperanza fundada de saber que lo realizable forma parte del quehacer profesional que se ha elegido, y aunque sea difícil realizarlo, siempre debe haber alguien que lo haga,  y aunque no quiera, debe reconocer que si se formó, debe amarlo; pues sabe que esta actividad está dentro de la gama de posibilidades a realizar y su esperanza fundada será todo el reconocimiento de haber alcanzado lo que se creía inalcanzado. En palabras del salmista sería “al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (Salmo 125).