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EL REIKI ES INCOMPATIBLE CON LA FE CRISTIANA
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14 Octubre 2013. EL REIKI ES INCOMPATIBLE CON LA FE CRISTIANA Los católicos son invitados a tomar distancia del Reiki. Lo advierten sacerdotes, la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES) y autoridades de Iglesia.
La afirmación del titular se desprende de lo establecido en el Catecismo de la Iglesia y refrendado en marzo del 2009 mediante un documento específico sobre el Reiki difundido por los obispos de Estados Unidos. Fuente: religión en libertad.
La curación por el uso de "energía" tiene una antigüedad milenaria en Asia, pero el Reiki surgió a principios del siglo XIX con Mikao Usui (1865-1927), decano de una pequeña universidad en Kyoto (Japón). “Un maestro con carisma de gurú, quien tuvo visiones místicas y creó este nuevo sistema que proponiendo ser curativo, no es sólo una técnica, sino un camino espiritual”, informa en una de sus publicaciones de abril de 2009 la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES).
La verdad sin rodeos
RIES señala en esa misma publicación que la cosmovisión del Reiki es incompatible con la fe cristiana no sólo porque defiende la creencia en el “dualismo cósmico” de origen Taoísta asentado en la teoría de los opuestos (Ying-Yang), sino pues “reduce a Dios a una energía que se puede canalizar si uno se concentra y aprende las técnicas para ello”.
Las afirmaciones de RIES se apoyan en los números 1507, 1508 y 1509 del Catecismo de la Iglesia Católica donde se establece que la curación -mediada por la oración y, o, la acción sacramental- es posible sólo por la Gracia Divina… tal como también se desprende al leer diversos pasajes sobre esta realidad en el Evangelio.
Esta certeza de Fe deja en evidencia entonces el error fundamental en que incurren los defensores del Reiki, señalan en RIES, pues siguiendo los escritos de Usui, su creador, esta sería una técnica que canaliza la energía universal de la vida administrable al arbitrio humano y sin identificar el real origen de esa supuesta energía.
El fondo ´oscuro´ del Reiki
Pueden parecer extremas estas afirmaciones cuando incluso médicos bien formados científicamente en universidades laicas incorporan al Reiki como parte de la terapia complementaria para personas que padecen dolor y no pocos católicos se aventuran a probar.
Sin embargo para el sacerdote Salvador Hernández, valorado exorcista de la Iglesia en España, en apariencia benéfica oferta de curación que propone el Reiki, entraña riesgos para la salud espiritual de las personas… “Muchas ofertas de la Nueva Era, como el reiki, consisten en que alguien te impone las manos. ¿Qué garantías tienen de esa persona? Puede ser un brujo camuflado. He tratado muchos que vienen del reiki, de recibir esa imposición de manos, de abrirse a guías, a entes, ¡es como el espiritismo, es abrir una puerta a los espíritus malignos! También puede darse en pseudo-meditaciones trascendentales. La Conferencia Episcopal de EEUU ya explicó que el Reiki y otras técnicas de Nueva Era no son eficaces según comunidad científica, no tienen rigor… Pertenecen al mundo de la superstición. Pero yo he visto varios casos de demonios introducidos por reiki o por invocaciones.” (Extracto entrevista publicada por Forum Libertas el 8 de mayo de 2012)
Más recientemente la postura de la Iglesia sobre el Reiki fue abiertamente zanjada en una dolorosa situación, cuando el 11 de mayo de 2011 la Congregación para la Doctrina de la Fe ordenó que se emitiese un decreto penal contra el hoy ex-sacerdote Gumersindo Meiriño, por difundir su denominada terapia ‘Reiki crístico’.
El catecismo de la Iglesia católica al respecto dice: 1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre [...] impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien", Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa san Pablo (cf 1 Co 11,30).
ES NECESARIO RECONOCER EL PECADO
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26 Septiembre 2013. Reconocer el pecado nos permite invocar, aceptar, celebrar la misericordia Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic No es fácil reconocer que hemos "pecado", que hemos ofendido a Dios, al prójimo, a nosotros mismos.
No es fácil especialmente en el mundo moderno, dominado por la ciencia, el racionalismo, las corrientes psicológicas, las "espiritualidades" tipo New Age. Un mundo en el que queda muy poco espacio para Dios, y casi nada para el pecado.
Muchos reducen la idea del pecado a complejos psicológicos o a fallos en la conducta que van contra las normas sociales. Desde niños nos educan a hacer ciertas cosas y a evitar otras. Cuando no actuamos según las indicaciones recibidas, vamos contra una regla, hacemos algo "malo". Pero eso, técnicamente, no es pecado, sino infracción.
Otros justifican los fallos personales de mil maneras. Unos dicen que no tenemos culpa, porque estamos condicionados por mecanismos psíquicos más o menos inconscientes. Otros dicen que los fallos son simplemente fruto de la ignorancia: no teníamos una idea clara de lo que estábamos haciendo. Otros piensan que el así llamado "pecado" sería sólo algo que provoca en los demás un sentimiento negativo, pero que en sí no habría ningún acto intrínsecamente malo.
A través de la catequesis de adultos, de las diversas actividades pastorales de la parroquia, de la predicación dominical, se hace urgente un esfuerzo por superar este tipo de interpretaciones equivocadas e insuficientes.
Para descubrir lo que es el pecado necesitamos reconocer que nuestra vida está íntimamente relacionada con Dios, que existimos como seres humanos desde un proyecto de amor maravilloso. Es entonces cuando nos damos cuenta de que Dios llama a cada uno de sus hijos a una vida feliz y plena en el servicio a los hermanos, y que nos pide, para ello, que vivamos los mandamientos.
Porque existe Dios, porque tiene un plan sobre nosotros, entonces sí que podemos comprender qué es el pecado, qué enorme tragedia se produce cada vez que optamos por seguir nuestros caprichos: nos apartamos del camino del amor.
Al mismo tiempo, si al mirar a Dios reconocemos que existe el pecado, también podemos descubrir que existe el perdón, la misericordia, especialmente a la luz del misterio de Cristo.
Lo dice de un modo sintético y profundo el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, en el n. 392: "El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia".
Es cierto que nos cuesta reconocer que hemos pecado. Pero hacerlo es propio de corazones honestos y valientes: llamamos a las cosas por su nombre, y reconocemos que nuestra vida está profundamente relacionada con Dios y con su Amor hacia nosotros.
Reconocer, por tanto, el pecado nos permite invocar, aceptar, celebrar la misericordia (según una hermosa fórmula usada por el Papa Pablo VI en su "Meditación ante la muerte"). De lo contrario, nos quedaríamos a medias, como tantas personas que ven sus pecados con angustia, algunos incluso con desesperación, sin poder superar graves estados de zozobra interior.
Es triste haber cometido tantas faltas, haberle fallado a Dios, haber herido al prójimo. Es doloroso reconocer que hemos incumplido buenos propósitos, que hemos cedido a la sensualidad o a la soberbia, que hemos preferido el egoísmo a la justicia, que hemos buscado mil veces la propia satisfacción y no la sana alegría de quienes viven a nuestro lado. Pero la mirada puesta en Cristo, el descubrimiento de la Redención, debería sacarnos de nosotros mismos, debería llevarnos a la confianza: la misericordia es mucho más fuerte que el pecado, el perdón es la palabra decisiva de la historia humana, de mi vida concreta y llena de heridas.
De este manera, podremos afrontar con ojos nuevos la realidad del pecado, de nuestro pecado y del pecado ajeno, con la seguridad de que hay un Padre que busca al hijo fugitivo: así lo explica Jesús en las parábolas de la misericordia (Lc 15), y, en el fondo, en todo su mensaje de Maestro bueno. Descubriremos entonces que si ha sido muy grande el pecado, es mucho más poderosa la misericordia (cf. Rm 5). Estaremos seguros de que el amor lleva a Dios a buscar mil caminos para rescatar al hombre que llora desde lo profundo de su corazón cada una de sus faltas.
Juan Pablo II hizo presentes estas verdades en su encíclica "Dives in misericordia" (publicada en el año 1980). Entre sus muchas reflexiones, el Papa indicaba que "la Iglesia profesa y proclama la conversión. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre; el amor, al que «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del «reencuentro» de este Padre, rico en misericordia" (Dives in misericordia n. 13).
También el Papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, evidenció la grandeza y profundidad del perdón divino: "El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor" (Deus caritas est n. 10).
El misterio de la Cruz, de la misericordia, está presente en el sacramento de la Penitencia. Pero, de modo especial, en la Eucaristía. Allí no sólo recordamos, sino que participamos nuevamente en la entrega del Hijo al Padre, en la donación del Amor más grande, que por salvar al esclavo no dudó en entregar al Hijo, como recordamos en el solemne pregón que se canta en la Vigilia Pascual.
Con los ojos puestos en el Crucificado, que también es el Resucitado, podemos descubrir la maldad del pecado y la fuerza de la misericordia. Desde el abrazo profundo de Dios Padre nace en los corazones la fuerza que acerca al sacramento de la confesión, el arrepentimiento profundo que aparta del mal camino, la gratitud que lleva a amar mucho, porque mucho se nos ha perdonado (cf. Lc 7,37-50).