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HAY QUE VOLVER AL HUMANISMO
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23 Julio 2012. Uno de los debates culturales más serios del momento actual es el que mantienen entre sí el laicismo y religión. Dos fuerzas que aspiran a asumir la hegemonía cultural de nuestra sociedad, dos polos contrapuestos sobre los que gravita el pensamiento contemporáneo y en medio de estos dos frentes nos encontramos nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI obligados a tomar una postura en consonancia con nuestras aspiraciones personales. El humanismo sin Dios aspira a sustituir al humanismo religioso. Volver al humanismo de la esperanza ¿Cómo habrá de ser el humanismo para siglo XXI? Autor: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic
Desde hace tiempo un secularismo sectario nos invade por todas las partes su mensaje no es nada alentador: la religión tiene que desaparecer del ámbito público y quedar relegada a la sacristía, como si se tratara de una amenaza para la sociedad. Su voz debe ser silenciada, sus manifestaciones públicas prohibidas, sus signos y símbolos retirados de los lugares públicos, si algún derecho tiene a existir sería única y exclusivamente en el ámbito estrictamente privado ¿Por qué?... pues porque un Estado debe ser laico que es tanto como decir neutral y la neutralidad es ausencia de religión.
Estamos cansado de oír decir por ahí que para ser libre no hay que creer en nada... Falacias y más falacias. “¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? Se preguntaba Unamuno ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? O ¿qué otro emblema confesional? Porque hay que decirlo claro, y de ello tendremos que ocuparnos: la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anticristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa”. Lo decía Unamuno y lo dice también Benedicto XVI “El laicismo ha dejado de constituir un elemento de neutralidad capaz de abrir espacios de libertad para todos”. , El laicista, cuando habla de religión, no le da igual una cosa u otra, claro que no, se muestra abiertamente en contra de ella y esto no es neutralidad.
El laicismo no es neutral cuando trata de excluir al creyente de la vida publica y trata de relegarle a la sacristía. No es neutral cuando se comporta como lo viene haciendo el Parlamento Europeo acusando tendenciosamente a unos y exculpando a otros o el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo al prohibir la presencia de crucifijos en las escuelas. No se es neutral cuando al creyente se le coarta y restringe sus derechos y libertades.
No se es neutral cuando a través de los medios de comunicación se manipulan las noticias, aireando lo que perjudica y silenciando lo que favorece a la Iglesia. El presunto neutralismo laicista , no es tal, ni nunca lo ha sido. En realidad, los hombres y las mujeres, necesitan creer en algo, lo que sea. Sucede que hay una confesionalidad sin Dios; pero al fin y al cabo confesionalidad y los dogmas religiosos de los que se prescinde, acaban siendo sustituidos por otros. La aconfesionalidad ligada a la inocencia política, en la práctica, no existe, lo que sucede hoy es que el celo laicista por hacer olvidar a Dios, es bastante más intolerante que el celo del creyente por hacerle presente.
Hemos afrontado al tercer milenio con grandes incertidumbres. A estas alturas hay quien se dispone a vivir una época definitivamente posreligiosa, mientras que otros aseguran que el futuro de la humanidad será religioso o no será. De lo que no hay duda es de que tanto creyentes como no creyentes tendrán que hacer frente a un mismo destino porque pertenecen a la misma familia humana, comparten los mismos miedos, se sienten agitados por las mismas ansias de felicidad. Todos se ven en la necesidad de tener que admitir que la muerte es parte de la vida. Sobre unos y otros gravita el mismo interrogante, no exento de dramatismo: ¿Qué nos queda después de haber vivido? La inmanencia o la trascendencia son las dos posibles respuestas a esta pregunta, hay que elegir entre el más acá o el más allá, entre la nada o la infinitud, dos abismos sin fondo ambos estremecedores; pero no hay más alternativas posibles y es aquí donde los caminos de unos y de otros se separan
Hubo un tiempo en que la gente estaba preocupados por el futuro, hoy no, hoy se vive con intensidad el presente, al más puro estilo del “Carpe diem”. Los hombres y mujeres de hoy quieren ser felices aquí abajo, siguiendo la consigna de Nietzsche. “Os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no deis crédito a los que os hablan de fe en esperanzas sobrenaturales”. El actual laicismo ha sabido traducir bien este mensaje nietzschiano en un slogan publicitario que colgado de los autobuses ha deambulando por acá y por allá haciéndose visible en plazas y calles de nuestras ciudades y que reza así: “PROBABLEMENTE DIOS NO EXISTE. DEJA DE PREOCUPARTE Y DISFRUTA DE LA VIDA”. Se trata de una llamada dirigida a las personas. Se nos invita a comer de todos los frutos prohibidos de un huerto que ya no tiene dueño. La estrategia laicista se pone así de de manifiesto; no se pretende ya sólo expulsar a Dios de la sociedad y del estado, también de las familias y de las conciencias.
¿Por qué así? Sencillamente porque Dios es considerado el enemigo de la vida y de todo lo humano; se piensa que mientras Él esté presente, los hombres no podrán nunca ser felices y libres. La afirmación del hombre conlleva la negación de Dios, en consecuencia para poder disfrutar de la vida, previamente hemos de liberarnos de unos mandatos y preceptos divinos opresivos que la religión se ha encargado de imponer a las conciencias. La última razón en la que el laicismo se fundamenta para combatir a la moral religiosa, es la de que mata los anhelos de las aspiraciones humanas; pero habría que preguntarse; una vez removido Dios del horizonte moral ¿ qué queda ya? no más que el vacío, así lo reconocen los mismos ateos.
Se comenzó pensando que una humanidad huérfana de Dios ensalzaría al hombre, le haría dueño de su propio destino; pero la experiencia nos ha ido demostrando que una humanidad sin Dios ni es más grande, ni es más libre, ni es más feliz. Del desencanto hemos ido pasando a la indignación, de la indignación a la resignación después de haber constatado que el estado del bienestar es frágil y huidizo como la propia vida y es aquí donde ahora nos encontramos.
¿Cómo habrá de ser el humanismo para siglo XXI? A nivel mundial se perciben signos que apuntan en la dirección de una religiosidad renovada capaz de devolver a los hombres y mujeres esa esperanza abierta a la trascendencia que tanto necesita. Presiento que el cristianismo volverá ser en Occidente lo que nunca debió de dejar de ser. Creo sinceramente que el hombre moderno tarde o temprano volverá sus ojos al humanismo de la esperanza, porque es en él donde podrá encontrar la razón última para seguir viviendo. Sólo Dios puede ser la última respuesta de un mundo desesperanzado como el nuestro que se está quedando sin horizonte. Ángel Gutiérrez Sanz (Catedrático de Filosofía y autor del libro recientemente publicado. LAICISMO Y NUEVA RELIGIOSIDAD)
Sacudir el polvo de los pies, implica desapego
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15 Julio 2012. Homilía del Santo Padre, Benedicto XVI en la Catedral de Frascati (Italia)
Lecturas bíblicas: Amos 7,12-15. Salmo 85 Efesios 1,3-14 Marcos 6, 7-13
Queridos hermanos y hermanas!
Estoy muy feliz de estar hoy en medio a ustedes para celebrar esta Eucaristía y para compartir alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta Comunidad diocesana. Saludo al Señor Cardenal Tarcisio Bertone, mi Secretario de Estado y titular de esta Diócesis. Saludo a su Pastor, Mons. Raffaello Martinelli, y al Alcalde de Frascati, agradeciéndole por las corteses palabras de bienvenida con las que me han recibido a nombre de todos ustedes. Estoy feliz de saludar al Señor Ministro, a los Presidentes de la Región y de la Provincia, al Alcalde de Roma, a los demás Alcaldes presentes y todas las distinguidas Autoridades. Estoy feliz de celebrar con vuestro obispo, que por más de 20 años fue colaborador en la Congregación para la Doctrina de la Fe, con su contribución al catecismo de la Iglesia y al compendio. En la sinfonía de la fe su voz está muy presente.
En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar los doce Apóstoles en misión (cfr. Mc 6,7-13). En efecto la palabra «apóstoles» significa justamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente luego de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiera hacer partícipes a los Doce en su acción: es una especie de «aprendizaje» con vistas a la gran responsabilidad que les espera. El hecho que Jesús llame algunos discípulos a colaborar directamente a su misión, manifiesta un aspecto de su amor: El no desdeña la ayuda que otros hombres puedan aportar a su obra; conoce sus limitaciones, sus debilidades, pero no las desprecia, es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el Evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desapego: los apóstoles no deben ser apegados el dinero y a las comodidades. Luego Jesús advierte a los discípulos que no siempre recibirán una acogida favorable: a veces serán rechazados; más aun, podrán ser también perseguidos. Pero esto no los debe impresionar: ellos deben hablar a nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse por tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios.
La primera Lectura proclamada nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios a menudo no son bien recibidos. Este es el caso del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel, un santuario del reino de Israel (cfr. Am 7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias, denunciando sobre todo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al Señor y hacen vanos los actos de culto. Por eso Amasias, sacerdote de Betel, ordena a Amós irse. Este responde que no ha sido él quien eligió esa misión, sino el Señor ha hecho de él un profeta y lo ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por tanto, ya sea que venga aceptado o que venga rechazado, el continuará a profetizar, predicando aquello que Dios dice y no aquello que los hombre quieren escuchar. Y esto permanece, mandado por la Iglesia, no predicar lo que los poderosos quieren sentir. El criterio de los discípulos es la verdad y la justicia, aunque esté contra los aplausos y los poderes humanos.
De forma similar, en el Evangelio, Jesús advierte a los Doce que podrá suceder que en alguna localidad sean rechazados. En ese caso deberán irse a otro lugar, luego de haber cumplido ante la gente el gesto de sacudir hasta el polvo de sus pies, señal que expresa el desapego en dos sentidos: desapego moral – como decir: el anuncio les ha sido dado, ustedes lo han rechazado – y despego material – no hemos querido y no queremos nada para nosotros (cfr. Mc 6, 11). La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden contentarse con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo dados por Jesús, la curación de los enfermos. Curación corporal y espiritual. Habla de la curación concreta de las enfermedades. Habla de echar los demonios, esto es, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma oscurecidos por la ideología y por esto no pueden ver a Dios. No pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación es siempre mandada a los discípulos por Cristo.
La misión apostólica tiene siempre que comprender los dos aspectos de predicación de la palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de dedicación.
La segunda Lectura de hoy nos muestra la fecundidad de la misión de los Doce. En efecto, en este estupendo himno que abre la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo da gracias a Dios porque «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos en Cristo» (1, 3). La experiencia de los Doce en Galilea ha sido la anticipación de una misión más vasta, que – como decíamos – se ha producido después de resurrección de Jesús, y de una predicación más rica, que ha hecho tomar conciencia del gran designio divino de salvación. Dios no improvisa sus dones, sino que los prepara con tiempo. Pablo nos recuerda que «en Él [Cristo] Dios nos ha elegido antes de la creación del mundo» (v. 4). El proyecto originario de Dios es el de comunicar al hombre su gracia; por esto Él ha creado el mundo y nos ha creado a nosotros, para poder comunicarnos su amor y hacernos vivir en comunión con Él. Este amor gratuito de Dios ha procurado la redención, la salvación de los pecadores. En la sangre de Cristo obtenemos la remisión de los pecados, según la riqueza de su amor generoso, derramado abundantemente sobre nosotros. Por tanto, nuestra existencia cristiana es rica de promesas y de esperanza, porque hemos sido hechos herederos, somos predestinados a vivir plena y eternamente en la comunión con Dios.
Queridos hermanos y hermanas, ¡doy gracias a Dios que mi ha enviado hoy a volver a anunciarles esta Palabra de salvación! Una Palabra que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia que está en Frascati. Su Obispo me ha informado acerca del empeño pastoral que mayormente tiene en el corazón, que es, en sustancia un empeño formativo, dirigido ante todo a los formadores: formar a los formadores. Es precisamente lo que ha hecho Jesús con sus discípulos: los ha instruido, los ha preparado, los ha formado también mediante la «práctica» misionera, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en la Iglesia. ¡Es bello y entusiasmante ver que, después de dos mil años, aún llevamos adelante este empeño formativo de Cristo! En la comunidad cristiana, éste es siempre el primer servicio que los responsables ofrecen: a partir de los padres, que en la familia cumplen la misión educativa hacia los hijos; pensemos en los párrocos, que son responsables de la formación en la comunidad, y en todos los sacerdotes, en los diversos ámbitos de trabajo: todos viven una prioritaria dimensión educativa; y en los fieles laicos, además del papel ya recordado de los padres, que están implicados en el servicio formativo con los jóvenes o con los adultos, como responsables en la Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o empeñados en ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención a la formación de las personas. Sobre la responsabilidad de los laicos insistió el Siervo de Dios el Papa Pablo VI cuando vino aquí a Frascati el 1° de septiembre de 1963. Dijo que ella no deriva «sólo de la necesidad de abrir los brazos del sacerdote que no llega a todos los ambientes y no logra sostener todas las fatigas. Es dada por algo más profundo y más esencial, por el hecho de que, también el laico es cristiano» (Insegnamenti di Paolo VI, I [1963], 570). Todos somos responsables, todos somos corresponsables.
El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al empeño como laicos en la Iglesia misma y en la sociedad. Es importante que la riqueza de los dones encuentre plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a Dios con todo el ser, donándola en la vía del sacerdocio y de la vida consagrada o en la vía del matrimonio, dos vías complementarias que se iluminan, se enriquecen recíprocamente y juntas enriquecen la comunidad. La virginidad por el Reino de Dios y el matrimonio son ambas vocaciones, llamadas de Dios a las que responder con y por toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, recibir, responder. Como María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Cfr. Lc 1, 38).
También aquí, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra con amplitud sus dones, llama a seguirlo y a prolongar en el hoy su misión. También aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por esto les propongo que vivan intensamente el Año de la Fe que comenzará en octubre, a 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II. Los Documentos del Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas generaciones cristianas. Con la ayuda de los sacerdotes y de los catequistas, reléanlos, profundícenlos, y traten de ponerlos en práctica en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos. Redescubran la belleza de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formato entorno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado, jamás replegado sobre sí, sino siempre abierto y tendiente al anuncio del Evangelio a todos.
¡Queridos hermanos y hermanas de Frascati! Estén unidos entre sí y, al mismo tiempo, abiertos, misioneros. Permanezcan firmes en la fe, enraizados en Cristo mediante la Palabra y la Eucaristía; sean gente que reza, para permanecer siempre ligados a Cristo, como los sarmientos a la vid y, al mismo tiempo, vayan, lleven su mensaje a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres, a los que sufren. En toda comunidad ámense entre ustedes, no estén divididos, sino vivan como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su Iglesia y que el reino de Dios está cerca. Los Patronos de la Diócesis de Frascati son dos Apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce. A su intercesión encomiendo el camino de su Comunidad, para que se renueve en la fe y dé claro testimonio con las obras de la caridad. Amén.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi y Raúl Cabrera – RV).