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EL LEGADO DE BENEDICTO XVI
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6 Marzo 2013. El legado de Benedicto XVI Sin embargo, no debe olvidarse que hay un papa que se va después de dar lo mejor de sí y que supo pedir disculpas por sus defectos. Ahora es justo centrarse en lo principal de su obra, porque como dicen “es de bien nacidos ser agradecidos”. Fuente. Zenit. (José Antonio Varela).
En un breve recorrido por la obra y actividades del santo padre, ZENIT ofrecerá a sus lectores un Dossier por entregas sobre este pontificado que ha alcanzado casi los ocho años. Una atenta lectura nos permitirá refrescar lo que fue parte del magisterio del “papa teólogo”.
En esta primera entrega, publicamos un resumen de las tres encíclicas del santo padre Benedicto XVI, esto es, la Deus Caritas Est, Spe Salvi y Caritas in Veritate.
Deus Caritas Est: Dios es amor
Rompiendo tradiciones, Benedicto XVI presentó él mismo su encíclica Deus Caritas Est a los lectores de una revista italiana de gran difusión. Si bien el papa firmó la encíclica el 25 de diciembre de 2005, escribió las líneas siguientes en la edición del 5 de febrero de 2006.
* * *
Al inicio, de hecho, el texto puede parecer un poco difícil y teórico. Sin embargo, cuando uno se pone a leerlo, resulta evidente que solamente he querido responder a un par de preguntas muy concretas para la vida cristiana.
La primera pregunta es la siguiente: ¿es posible amar a Dios?; más aún: ¿puede el amor ser algo obligado? ¿No es un sentimiento que se tiene o no se tiene? La respuesta a la primera pregunta es: sí, podemos amar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Nos sale al paso de cada uno de nosotros: en los sacramentos a través de los cuales actúa en nuestra existencia; con la fe de la Iglesia, a través de la cual se dirige a nosotros; haciéndonos encontrar hombres, tocados por Él, que nos trasmiten su luz; con las disposiciones a través de las cuales interviene en nuestra vida; también con los signos de la creación que nos ha regalado.
No sólo nos ha ofrecido el amor, ante todo lo ha vivido primero y toca a la puerta de nuestro corazón en muchos modos para suscitar nuestra respuesta de amor. El amor no es solamente un sentimiento, pertenecen a él también la voluntad y la inteligencia. Con su palabra, Dios se dirige a nuestra inteligencia, a nuestra voluntad y a nuestros sentimientos, de modo que podamos aprender a amarlo «con todo el corazón y con toda el alma». El amor, de hecho, no nos lo encontramos ya listo de repente, sino que madura; por así decirlo, nosotros podemos aprender lentamente a amar de modo que el amor comprometa todas nuestras fuerzas y nos abra el camino de una vida recta.
La segunda pregunta es la siguiente: ¿podemos de verdad amar al «prójimo», cuando nos resulta extraño o incluso antipático? Sí, podemos, si somos amigos de Dios. Si somos amigos de Cristo. Si somos amigos de Cristo queda cada vez más claro que Él nos ha amado y nos ama, aunque con frecuencia alejemos de Él nuestra mirada y vivamos según otros criterios. Si, en cambio, la amistad con Dios se convierte para nosotros en algo cada vez más importante y decisivo, entonces comenzaremos a amar a aquellos a quienes Dios ama y que tienen necesidad de nosotros. Dios quiere que seamos amigos de sus amigos y nosotros podemos serlo, si estamos interiormente cerca de ellos.
Por último, se plantea también está pregunta: con sus mandamientos y sus prohibiciones, ¿no nos amarga la Iglesia la alegría del eros, de sentirnos amados, que nos empuja hacia el otro y que busca transformarse en unión? En la encíclica he intentado demostrar que la promesa más profunda del «eros» puede madurar solamente cuando no sólo buscamos la felicidad transitoria y repentina. Al contrario, encontramos juntos la paciencia de descubrir cada vez más al otro en la profundidad de su persona, en la totalidad del cuerpo y del alma, de modo que, finalmente, la felicidad del otro llegue a ser más importante que la mía. Entonces, ya no sólo se quiere recibir algo, sino entregarse, y en esta liberación del propio "yo" el hombre se encuentra a sí mismo y se llena de alegría.
En la encíclica hablo de un camino de purificación y de maduración necesaria para que la verdadera promesa del «eros» pueda cumplirse. El lenguaje de la tradición de la iglesia ha llamado a este proceso «educación en la castidad», que, en definitiva, no significa otra cosa que aprender la totalidad del amor en la paciencia del crecimiento y de la maduración.
En la segunda parte se habla de la caridad, el servicio del amor comunitario de la Iglesia hacia todos los que sufren en el cuerpo o en el alma y tienen necesidad del don del amor. Aquí surgen ante todo dos preguntas: ¿puede la Iglesia dejar este servicio a las demás organizaciones filantrópicas? La respuesta es no. La Iglesia no lo puede hacer. La Iglesia debe practicar el amor hacia el prójimo incluso como comunidad, pues de lo contrario anunciaría de modo incompleto e insuficiente al Dios del amor.
La segunda pregunta: ¿no sería mejor promover un orden de justicia en le que no hubiera necesitados y la caridad se convirtiera en algo superfluo? La respuesta es la siguiente: indudablemente la finalidad de la política es crear un orden justo en la sociedad, donde a cada uno le sea reconocido lo propio y donde nadie sufra a causa de la miseria. En este caso, la justicia es la verdadera finalidad de la política, así como la paz no puede existir sin la justicia. Por su propia naturaleza, la Iglesia no hace política en primera persona, más bien respeta la autonomía del Estado y de sus instituciones.
La búsqueda de este orden de justicia corresponde a la razón común, así como la política es algo que afecta a todos los ciudadanos. Con frecuencia, sin embargo, la razón queda cegada por intereses y por la voluntad de poder. La fe sirve para purificar la razón, para que pueda ver y decidir correctamente. Por tanto, es tarea de la Iglesia curar la razón y reforzar la voluntad por hacer el bien. En ese sentido, sin hacer política, la iglesia participa apasionadamente en la batalla por la justicia. A los cristianos comprometidos en el servicio público, corresponde, en la acción política, abrir siempre nuevos caminos para la justicia.
Sin embargo, sólo he respondido a la primera mitad de nuestra pregunta. La segunda mitad, que en la encíclica me interesa subrayar, dice así: La justicia no hace nunca superfluo el amor. Más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre necesidad de amor, que es el único capaz de dar un alma a la justicia. En un mundo tan profundamente herido, como el que conocemos en nuestros días, esta afirmación no tiene necesidad de demostraciones. El mundo espera el testimonio del amor cristiano que se inspira en la fe. En nuestro mundo, con frecuencia tan oscuro, con este amor brilla la luz del Dios
Spe Salvi: Salvados en la esperanza
El texto, firmado el 30 de noviembre de 2007, consta de una introducción y ocho capítulos y se abre con el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: Spe salvi facti sumus (en esperanza fuimos salvados).
"Según la fe cristiana --explica el papa en la Introducción-, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino". Por lo tanto, "elemento distintivo de los cristianos" es "el hecho de que ellos tienen un futuro, (...) saben (...) que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. (..) El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva".
"Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza", explica el Santo Padre. Es algo que entendieron muy bien los Efesios, que antes del encuentro con Dios tenían muchos dioses pero "estaban sin esperanza, (...) sin Dios". El problema para los que vivimos siempre con el concepto cristiano de Dios, subraya el Santo Padre, es el estar acostumbrados al Evangelio: "el tener esperanza, que proviene del encuentro real con (...) Dios, resulta ya casi imperceptible".
El Papa recuerda que Jesús no traía "un mensaje socio-revolucionario" como el de Espartaco y "no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá". Lo que Jesús había traído "era algo totalmente diverso: (...) el encuentro con el Dios vivo, (...) el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo", "aunque las estructuras externas permanecieran igual". Cristo nos hace libres verdaderamente: "No somos esclavos del universo" y "de las leyes y de la casualidad de la materia". (...) Somos libres porque "el cielo no está vacío", porque el Señor del universo es Dios, que "en Jesús se ha revelado como Amor".
Cristo es el "verdadero filósofo" que nos dice "quien es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre". "Èl indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida". Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque "el hecho de que este futuro exista cambia el presente". El Papa observa que "tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. (...) "La crisis actual de la fe -prosigue- es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana".
"El restablecimiento del "paraíso" perdido, ya no se espera de la fe" sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá "el reino del hombre". La esperanza se transforma de ese modo en "fe en el progreso" asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta".
"Hay dos etapas esenciales de la concreción política de esta esperanza" - prosigue Benedicto XVI-: la Revolución francesa y la marxista. Ante la evolución de la Revolución francesa "la Europa de la Ilustración (...) ha tenido que reflexionar (...) de manera nueva sobre la razón y la libertad". Por otra parte, la revolución proletaria "ha dejado tras de sí una destrucción desoladora".
El error fundamental de Marx ha sido éste: "Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. (...) Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo". "Digámoslo ahora de manera muy sencilla -escribe el Papa- el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza". "El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. (...) El hombre es redimido por el amor". Un amor incondicional, absoluto: "La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo". El Papa indica cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza. El primero es la oración: "Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (...) Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Èl puede ayudarme". Después de la oración esta el actuar. "La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos (...) para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano .
Y solamente si sé que "mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiados por el poder indestructible del amor", "puedo esperar ". También el sufrimiento es un lugar de aprendizaje de la esperanza. "Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento", sin embargo "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento (...) sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (...) Es también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. "Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren (...) es una sociedad cruel e inhumana". Finalmente, otro lugar para aprender la esperanza es el Juicio de Dios. (...) Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la "revocación" del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho".
El Papa se muestra "convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna". Es imposible que "la injusticia de la historia sea la última palabra. (...) Pero en su justicia está también la gracia". "La gracia no excluye la justicia... Al final, los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada".
Caritas in Veritate: La caridad en la verdad
La Encíclica, fechada el 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo, consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión.
“En la Introducción, el papa recuerda que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”. Por otra parte, dado el “riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida” advierte de que “un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales”.
“El desarrollo (…) necesita esta verdad”, escribe Benedicto XVI y analiza “dos criterios orientadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (…) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Ésta es la vía institucional del vivir social”.
El primer capítulo está dedicado al “Mensaje de la “Populorum progressio” de Pablo VI que “reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia”. “La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (…) sino solo en Cristo”. El pontífice evidencia que “las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material”. Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.
“El desarrollo humano en nuestro tiempo” es el tema del segundo capítulo. “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza” Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra”. Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca “una nueva síntesis humanista”, constatando después que “el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (…) crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (…) y nacen nuevas pobrezas”.
“En el plano cultural -prosigue- (…) las posibilidades de interacción” han dado lugar a “nuevas perspectivas de diálogo”, (…) pero hay un doble riesgo”. En primer lugar “un eclecticismo cultural” donde las culturas se consideran “sustancialmente equivalentes”. El peligro opuesto es el de “rebajar la cultura y homologar los (…) estilos de vida”. Benedicto XVI recuerda “el escándalo del hambre” y auspicia “una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo”.
Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”.
Otro aspecto ligado al desarrollo es el “derecho a la libertad religiosa. La violencia –escribe el Papa--, frena el desarrollo auténtico” y esto “ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista”.
“Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil” es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, “debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (…) El desarrollo, (…) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta debe estar “ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política”.
Retomando la encíclica Centesimus Annus, indica “la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil” y espera en “una civilización de la economía”. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.
El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como “un proceso socio-económico”. (…) La globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (…) y capaz de corregir sus disfunciones”.
En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente”. “Gobierno y organismos internacionales -se lee- no pueden olvidar “la objetividad y la indisponibilidad” de los derechos. A este respecto, se detiene en las “problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico”.
Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”. Los Estados, escribe, “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”.
“La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía “en las intervenciones para el desarrollo” de la cooperación internacional. (…) Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos”, “con frecuencia muy costosos”.
El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. “El acaparamiento de los recursos” por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen “un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres”. (…) “Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben disminuir la propia necesidad energética”, mientras debe “avanzar la investigación sobre energías alternativas”.
“La colaboración de la familia humana” es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo “solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública”.
El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona “a través de la autonomía de los cuerpos intermedios”. La subsidiariedad, explica, “es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista” y es más adecuada para humanizar la globalización”.
Asimismo, Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a “destinar mayores cuotas” del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la “formación completa de la persona” afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. “Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales”.
El Papa afronta a continuación al fenómeno “histórico” de las migraciones. “Todo emigrante, afirma, “es una persona humana” que “posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación”.
El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice “a la urgencia de la reforma” de la ONU y “de la arquitectura económica y financiera internacional”. Urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (…) que goce de “poder efectivo”.
El sexto y último capítulo está centrado en el tema del “Desarrollo de los pueblos y la técnica”. El Papa pone en guardia ante la “pretensión prometeica” según la cual “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ‘prodigios’ de la tecnología”. La técnica, subraya, no puede tener una “libertad absoluta”.
El campo primario “de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética”, explica el Papa, y añade: “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte en “cuestión antropológica”. La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desvelado todo misterio”. El Papa teme “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.
En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.
Con los servicios de Famiglia Cristiana y Vatican Information Service
EL SANTO SUDARIO DE TURÍN
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3 Marzo 2013. Dice San Lucas, y confirman los otros dos evangelistas sinópticos que “José de Arimatea, comprada una sábana (sindon), bajó a Jesús de la Cruz, lo envolvió en la sábana y le puso en un sepulcro abierto en una peña”. (Marcos. 15,46) Manuel Autor: Lozano Garrido Semanario Signo nº 795; 9 abril 1955
Después de la memorable mañana de Resurrección, sobre el Santo Sudario pesa un silencio de doce siglos de difícil documentación. No obstante, la creencia de entonces estaba acorde en su existencia y autenticidad. En 1206 aparece ya claramente en el saqueo de Bizancio, de donde es salvada por Othon de la Roche. Esta vicisitud no es sino una de las múltiples a que se había de ver sometida. Su huella vuelve a asomar y perderse de nuevo en Besaçon. Luego sufre un nuevo extravío. En 1360 está en Troyes, y después, en San Hipólito, Chimay, la abadía de Lirey y Chambery, donde descansó. Precisamente es aquí donde atraviesa su mayor peligro de destrucción: un incendio que llegó a afectarle parcialmente y que las monjas que la custodiaban repararon con más voluntad que acierto. Finalmente, la casa de Saboya, propietaria del Sudario, lo llevó a Turín, donde descansa, y sólo cada treinta años es sacado a la veneración pública, circunstancia que se utiliza para las peregrinaciones y la experimentación de los estudiosos.
LA SÁBANA
Examinado someramente el lienzo, se ve que es una tira de finísimo lino amarillento, ligeramente uniforme, de 1,10 metros de ancho por 4,36 de longitud.
Dividiendo el paño idealmente en dos trozos, aparecen en su superficie sendas figuras de un cuerpo humano de patente perfección anatómica, estampadas por su parte anterior y posterior respectivamente, y colocadas en opuestas direcciones, o sea, próximas las imágenes de la cabeza y a la mayor distancia las de los pies. Esta orientación se aclara si tenemos en cuenta el modo de amortajar de los judíos. En efecto, ellos solían utilizar un lienzo estrecho, pero de doble longitud a la de una persona, y en una de sus mitades colocaban el cuerpo en decúbito supino, con los pies hacia el extremo y la cabeza al centro. Después, plegaban la tela por encima del cráneo y cubrían el resto del organismo por su parte anterior. Así se explican las dos direcciones y las imágenes distintas.
Aparentemente, la impresión es algo confusa, y en ella figuran manchas de dos tonalidades: las unas, que dan el contorno, más abundantes y uniformes, de un claro color sepia; las otras, más localizadas, de un tono malvarrosa o carmín malva, según Vignón, corresponden a la sangre.
El cuerpo tiene sobre el pubis las dos manos superpuestas y presenta señales de haber sido sometido a una intensa flagelación previa, así como a otros tormentos, tales como la de ceñirle cráneo y frente con un casco de púas agudísimas, la clásica crucifixión romana de pies y manos y una amplía hendidura en su costado superior derecho.
Todas estas circunstancias, de tan portentosas coincidencias con el drama del Calvario, unidas al asentimiento de la tradición, movieron a los fieles a identificar el sudario turinés con aquella otra síndone que citan los evangelistas en el relato de la trágica tarde del Viernes Santo. El año 1898 vino pronto a dar espaldarazo al presentimiento popular.
PRIMERA FOTO
Cuando en 1898 se celebró en Turín una Exposición de arte sa grado, la primavera quemaba en las piedras de la catedral la opulenta teoría de los oros latinos. Coincidiendo con la manifestación sacra se cumplía también el plazo marcado para la veneración de la Sábana Santa, y las gentes acudieron en esta ocasión con una nueva curiosidad.
Por primera vez coincidía la Exposición con el desarrollo de un reciente invento -la fotografía-, cuyas posibilidades de difusión se quería utilizar para la Sábana Santa.
Para alcanzar la altura del Sudario fue preciso utilizar un montaje especial, y por la tonalidad amarillenta del lienzo, que dificultaba una imagen nítida, hubo que utilizar también ciertas precauciones técnicas. Al fin, un fotógrafo especial tiró la primera placa, que hubo de repetir por la duda de su impresión. Todas estas operaciones se llevaron a cabo en medio de una gran emoción.
Sin embargo, la mayor sensación no se produjo en el templo, sino después, en el laboratorio de revelado.
Conocido es el proceso que en él se sigue para la obtención de la imagen. Bañada la placa original en una solución de carbonato, bromuro y otros compuestos se logra una figura opuesta, en la que lo que era blanco o negro en un principio aparece invertido. Esta transformación inicial acaba en lo que comúnmente llamamos “clisé” o estampa negativa, de la que después se extrae la imagen última. Pues bien; una vez desecado, al examinar el negativo del sudario se vió con sorpresa que lo revelado no era sino una clara y asombrosa imagen “directa” del divino Cristo crucificado, y en ella aparecían todas la huellas materiales consecuentes al suplicio del Gólgota. La lámina era tan impresionante que no daba lugar a dudas. Por otra parte, el resultado idéntico de otras placas solventaba todo conato de polémica. Las preguntas surgieron incontenibles: ¿Qué explicación se podía dar al fenómeno? ¿A qué obedecía la impresión negativa del lienzo?
LA CIENCIA ACLARA
Fue aquí donde por segunda vez tendió su mano la técnica. Su razonamiento era muy sencillo. Consecuencia de los tormentos, durante la Pasión se produjo en Jesucristo un proceso febril de copiosa sudoración, en la que naturalmente, abundaba la urea. En la fermentación posterior consiguiente, la urea desprendió sales amoniacales que, actuando sobre áloe en que se impregnaban los lienzos utilizados como sudarios, produjeron la coloración sepia que caracteriza a la Santa Sindone. La transformación, por lo tanto, no se realizaba por contacto, sino indirectamente, por la vaporización, y aquí radica la clave del fenómeno negativo.
Asimismo, como el lienzo, por la circunstancia de plegarse sobre la cabeza, estaba más próximo a la parte superior, se explica que la tonalidad sea más intensa en cráneo y tórax que, por ejemplo, en los píes, más holgados y de menos ligadura.
Lo curioso es que una permanencia fugaz del cadáver no podía matizar el lienzo y, por el contrario, cuando este contacto sobrepasaba los cuatro días, se ocasionaba una impregnación excesiva que reducía la figura a un manchón informe. Sólo en Jesucristo se dio está coyuntura. El Evangelio es bien explícito al caso: “Jesús habiendo resucitado de mañana, el primer día de la semana” (Mac. 16, 9).
Pero también el fenómeno químico dejaba de producirse si el cuerpo había sido untado o embalsamado previamente, características que no se dieron en el Redentor, que por la inminencia del sábado hubo de ser sepultado de un modo provisional, demorando la operación para el domingo, en que resucitó (Luc. 23, 56.)
Si la impresión del organismo sobre el paño se verifica, no al roce, sino por vaporización, el contacto de la tela con la sangre de las heridas, reblandecida por los vapores, dejaba una nueva mancha, ésta, sí, de estampación directa.
Existían, pues, dos fenómenos de grabación: negativo el uno (transpiración de sales amoniacales), positivo el otro (unión de sangre y tela), Cabalmente, en la reliquia sucede de las dos formas; el color sepia da la imagen negativa de Jesús; la colocación malvarrosa es la impresión positiva de la sangre. Así aparecen también en la versión fotográfica.
UN RACIONALISTA CERTIFICA
Posibles objeciones han caído por su base a la hora de verificarlas. Se habló, por ejemplo, de la posibilidad de que, fuera una pintura maestra. La hipótesis queda derogada por dos razones. Primera: Utilizada la lente, no aparecen rasgos de pinceladas y sí de manchas. Segunda: Supone un conocimiento prodigioso de la anatomía, más dificultado aún por su situación negativa. Los descubrimientos anatómicos se hicieron en el Renacimiento, y la existencia de la Síndone se remonta, cuando menos, al medievo, en que se ignoraba la especialidad.
Todas las aplicaciones que a ella se hacen de la ciencia moderna, no hacen sino sumarse a la autenticidad de la sagrada reliquia. Así, por ejemplo, la arqueología ha dictaminado que las huellas de la flagelación coinciden con las que dejaban los característicos flagelos romanos, y que el tejido del lienzo es contemporáneo al martirio de Jesús. El examen médico legal está de acuerdo en la propiedad anatómica y en que la impresión corresponde a un organismo que hubiera sido sometido a los mismos sufrimientos de Jesucristo. Sumemos la comprobación fotográfica, el examen químico y el dictado artístico y se ratificará la importancia del lienzo turinés.
Aún cabe esperar nuevas aplicaciones. Así, la radiactividad (el reloj para atrás), que puede fijar el año de procedencia; los rayos X, el espectroscopio, la luz ultravioleta. De todas formas, lo hasta ahora logrado es ya suficiente para que un científico como Ives Delage, racionalista afirme en una comunicación a la Academia de Ciencias de París: “Se trata de un retrato de hombre, y este hombre es Jesucristo”.
LA PASIÓN, EN LA SÁBANA
Es edificante hacer un recorrido de la Pasión a través del Santo Sudario.
La mayoría de los tratadistas están de acuerdo en que Cristo debería haber muerto en la flagelación: tan intenso fue el sufrimiento. Que lo superara, sólo cabe por su voluntad de padecer. Todo el cuerpo, desde el cuello hasta los pies, presenta los estigmas de un castigo sin precedentes. Por las huellas, se hace infinito el número de azotes, pues todos los desgarramientos llegan casi a unificarse en una tremenda úlcera. En cada uno de ellos se aprecian los impactos de dos huesos o bolitas de plomo en que terminaban los trozos de correas o azotes.
Las señales de la coronación demuestran también la terrible laceración de las púas, más aún cuando se ve que no se realizó como nos la presenta comúnmente la iconografía, sino como apuntan muchos exegetas, entre ellos Ricciotti, o sea en forma de casco, que afectaba a toda la superficie craneana.
Las revelaciones más interesantes son las de la crucifixión de manos y pies. En la única mano en que aparece distintamente la llaga, ya que la otra está parcialmente oculta por la superposición de la izquierda, se ve que el taladro no se hizo en las palmas de las manos, sino en su parte superior, o carpo, ya en la muñeca. Los experimentos que posteriormente se han hecho sobre cadáveres demuestran la poca consistencia de las palmas y su incapacidad para sostener todo el peso del organismo. El doctor Barbet, que ha llevado hasta sus últimas consecuencias la tarea, aporta la existencia de un hueco ideal en el carpo, el llamado espacio de Destot, que debían de conocer los verdugos. En él se hizo la perforación, respetando, a su vez, las palabras de las Escrituras: “No le quebraréis ni un hueso” (Juan, 19, 36), La situación especial de las extremidades inferiores, así como la distinta intensidad en el manchado, dan a entender que para la perforación de los pies fue utilizado un solo clavo, de acuerdo con el concepto tradicional.
La llaga del costado aparece en el lado derecho, entre la sexta costilla y el quinto espacio intercostal. El doctor Barbet experimentó que dirigiendo oblicuamente la lanzada hacía el corazón se llega a la aurícula derecha, que en los cadáveres, y Jesús lo estaba, está llena de sangre. Al mismo tiempo debe brotar con ella una serosidad que procede del pericardio y que cabalmente es el agua que vio San Juan. En el Sudario se aprecia el derrame, que se extiende por la parte atrás de la cintura.
También merece reseñarse la depresión existente sobre el epigastrio, que denuncia la rigidez de los músculos del tórax, síntoma de la probable y dolorosa muerte por asfixia que acarrea la tetania.
La idea que deja la contemplación de la fisonomía retratada es la de un cuerpo armonioso, bien musculado y de estatura más bien alta, 1,80 aproximadamente. Pero lo más impresionante es la visión del rostro, que en medio de la severidad consiguiente a un suplicio incalificable respira esa paz divina de la que Cristo dio ejemplo durante treinta y tres años; esa serenidad que prueba el cumplimiento de una voluntad superior aun en el momento más doloroso porque atravesara hombre alguno.



