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No abusemos de la bondad de Dios
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3 Marzo 2013. “Dijo entonces al viñador: ‘Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?. Pero el viñador contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.” (Lucas 13, 6-9) Fuente: magnificat tv. Religión en libertad.
Cuando somos jóvenes, nos parece que el tiempo es infinito y con frecuencia lo desperdiciamos, como si fuésemos poseedores de una fortuna inagotable. Después, al envejecer, quisiéramos hacer lo que no hicimos y con frecuencia comprobamos que ya se nos ha pasado la edad, ya no tenemos fuerzas. Con respecto a Dios sucede algo parecido. Estamos tan seguros de su bondad que nos parece que ésta no se va a acabar nunca y por eso pensamos que siempre, en cualquier momento, podemos convertirnos y dar los frutos de santidad que Él espera. La certeza que nos da nuestra fe de saber que hasta en el último instante un pecador puede pedir perdón y ser perdonado, se vuelve contra el propio Dios, como si su bondad fuera su peor enemigo y, a la postre, también el nuestro, pues al no hacer el bien que debiéramos nos hacemos daño a nosotros mismos. Es como si Dios fuera equivalente a un padre indulgente que termina por conseguir una colección de hijos malcriados y, por eso, desgraciados. Para evitarlo, para colocar la idea de Dios en su justo término, para hacernos comprender que el amor divino no está reñida con la justicia, es por lo que Jesús nos contó la parábola de la higuera que no daba fruto.
Dios, efectivamente, nos da muchas oportunidades, pero éstas no son infinitas. Llegará un momento en la vida de cada uno en el cual las oportunidades para amar se habrán acabado y quizá entonces querremos pedir una prórroga, una hora más de vida, para hacer lo que no hicimos durante tantos años y días perdidos. Aprovechemos que nuestro corazón late todavía para agradecer, para amar.
VALE LA PENA °°° AYUNAR
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1 Marzo 2013. Muchos bautizados no comprenden el valor del ayuno, no saben para qué ayunar y por qué ayunar. Algunos, porque ni siquiera conocen qué enseña el Evangelio y la Iglesia sobre el tema. Otros, porque han dejado la propia fe en el armario del pasado. Otros, simplemente, porque ven el ayuno como algo que va contra los propios gustos, contra la "realización personal". Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic
Mientras no se produzca un despertar religioso en muchos corazones, el ayuno seguirá en el olvido. O será vivido, entre quienes desean "cumplir" y obedecer lo que pide la Iglesia, con rutina, con fastidio, como una norma del pasado que se soporta con la esperanza de que pronto termine la Cuaresma y llegue la Pascua.
La fe profunda y el sentido religioso permiten descubrir el porqué del ayuno. Pero si no hay fe, si la religión es una dimensión raquítica, ¿qué hacer?
Lo que hay que hacer es, precisamente, ayunar para abrirnos al mundo de la fe. Porque sólo cuando aprendemos a romper con la esclavitud de la avaricia, del placer, de la gula, del vivir esclavos de la curiosidad malsana y de los caprichos, empezamos a dejar espacio libre a la acción de Dios en las almas.
En otras palabras: la tibieza con la que se ve el ayuno se destruye cuando acogemos el mismo ayuno como camino para romper esa tibieza y para abrirnos al mundo de la fe, de la esperanza, del amor.
El ayuno no sirve sólo para fortalecer al creyente (algo muy importante); sirve, sobre todo, para iniciar el camino de la fe. No sirve sólo para alimentar la esperanza; sirve, especialmente, para alejarnos de seguridades falsas y para confiar en el único Omnipotente. No sirve sólo para que repartamos nuestros bienes y nuestro tiempo con quien lo necesita; sirve, de un modo concreto y profundo, para romper con los engaños de la ambición y del egoísmo, para abrir los ojos ante tantas personas que necesitan amor, compañía, solidaridad, ayudas concretas y urgentes en su cuerpo y en su espíritu.
Como explicaba el Papa Benedicto XVI, la privación del "alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios" (Mensaje para la Cuaresma 2009).
El ayuno tiene que convertirse, para nuestra generación, en algo imprescindible para descubrir lo imprescindible. De este modo, podremos vivir según un Evangelio que cura, que salva, que levanta y que cambia el corazón y la vida.