24 May 2025
 

 

 

13 Abril 2013.  El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.  Autor: Teresa Fernández | Fuente: Catholic 

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

La fiesta de la Pascua es tan importante, que un solo día no nos alcanza para festejarla. Por eso la Iglesia ha fijado una octava de Pascua (ocho días) para contemplar la Resurrección y un Tiempo Pascual (cincuenta días) para seguir festejando la Resurrección del Señor.

¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua?

Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.

En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.

En algunos países se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.

La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.

A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.

La tradición de los “huevos de Pascua”

El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.

Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Uno de estos primeros cristianos se acordó un día de Pascua de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó.

Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.

¿De dónde viene lo del “conejo de Pascua”?

Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo la imagen del conejo a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar en Alemania conejos y huevos de chocolate y azúcar para regalar en la Pascua.

Los alemanes, para justificar "cristianamente" la mezcla de símbolos paganos y cristianos, inventaron una muy curiosa leyenda, cuento o fábula, que se ha ido transmitiendo de generación en generación y que dice así:

Había una vez un conejo que vivía en el sepulcro que pertenecía a José de Arimatea donde depositaron el cuerpo de Jesús después de su muerte en la cruz.

El conejo estaba presente cuando lo sepultaron y vio cómo la gente lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.

Cuando pusieron la piedra que cerró la entrada, el conejo se quedó ahí mirando el cuerpo de Jesús y preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas. Pasó todo un día y toda una noche mirándolo, cuando de pronto Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca! El conejo entonces comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y se sintió obligado a avisar al mundo y a todas las personas que lloraban que ya no tenían que estar tristes, pues Jesús no estaba muerto, sino que había resucitado. Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo, símbolo de la vida, los hombres entenderían el mensaje de resurrección y alegría. Desde entonces el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.

6 Marzo 2013.  El Papa Benedicto XVI deja un importante legado a la Iglesia, al haber convocado a cinco Asambleas del Sínodo de los Obispos, algunas de las cuales fueron de tipo General y otras denominadas Especiales. De cada una de ellas brotó un documento pontificio denominado Exhortación Apostólica Post-Sinodal. En ellos el sumo pontífice tomó en cuenta las principales ideas aprobadas en las asambleas por los participantes, que le fueran remitidas oportunamente por el Secretario General del Sínodo de los Obispos.   (Fuente: Zenit. José Antonio Varela)

¿Qué es un Sínodo?

Si bien la palabra apropiada para las reuniones no es “Sínodo”, sino Asamblea –-sea General, Extraordinaria o Especial-- del Sínodo de los Obispos, se ha hecho más fácil llamarlo así, y la mayoría escribe o dice “los obispos están en Sínodo”, “¿Cuándo acaba el Sínodo?”, “Tal como se ha recomendado en el último Sínodo…”.

Es la fuerza de la costumbre, pero veamos mejor lo que el propio ente pontificio define al respecto, a fin de entender la magnitud de estos eventos convocados con acierto por Benedicto XVI.

El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el papa Pablo VI (el 15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el verdadero espíritu nacido de la experiencia conciliar.

La principal característica del Sínodo de los Obispos es servir a la comunión y colegialidad de los obispos del mundo con el santo padre. Aunque el Sínodo de los Obispos sea una institución de carácter permanente, sus funciones y su concreta colaboración no tienen tal carácter. En otras palabras, el Sínodo de los Obispos se reúne y actúa solo cuando el santo padre considera necesario y oportuno consultar al episcopado, el cual durante un encuentro sinodal expresa “su opinión sobre argumentos de gran importancia y gravedad” (Pablo VI, Discurso a los Cardenales, 24 de junio de 1967).

Y cuando se reúne lo hace por medio de una Asamblea, la cual comúnmente se desarrolla al interior del Vaticano. Según las normas Ordo Synodi Episcoporum, en la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos participan ex officio los líderes de las Iglesias Orientales católicas sui iuris y de los Dicasterios de la Curia Romana. Además de los Padres Sinodales de nombramiento pontificio, los demás Padres Sinodales son elegidos por las respectivas Conferencias Episcopales, por las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, si superan el número de 25 Obispos, así como por la Unión de los Superiores Generales que tienen derecho a elegir 10 miembros. Un grupo calificado –-incluso de no católicos--, asisten como observadores, quienes pueden ser invitados a intervenir pero no votan.

Convocatorias de Benedicto XVI

Se empieza a contar desde la XI Asamblea General Ordinaria, realizada del 2 al 23 de octubre de 2005, a la que asistieron 258 Padres sinodales para reflexionar sobre el tema: “La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.

Esta fue una Asamblea en cierta forma “heredada” por Benedicto XVI; dado que, tomando en consideración la opinión de los miembros del X Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos (que se queda instalado entre una Asamblea y otra), basada a su vez en la consulta a las conferencias episcopales de todo el mundo y a otros organismos interesados, el papa Juan Pablo II decidió convocar la Undécima Asamblea General Ordinaria para tratar el tema de la Eucaristía.

Después de su elección del 19 de abril de 2005, el papa Benedicto XVI confirmó las fechas de la asamblea sinodal y, al mismo tiempo, aprobó las siguientes innovaciones de las actividades sinodales: la reducción de la duración de la asamblea sinodal a tres semanas; una hora para la discusión libre; la duración de las intervenciones después de la conclusión de las sesiones plenarias de la tarde; el voto electrónico de los miembros --además de la acostumbrada votación por escrito-- en las Propuestas o recomendaciones sinodales y la publicación pro hoc vice de la traducción italiana de las Propuestas.

La documentación oficial producida por la asamblea sinodal incluyó el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius), elaborado durante la asamblea y aprobado por los Padres sinodales, así como la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Sacramentum Caritatis del santo padre del 22 de febrero 2007.

Por su parte, la XII Asamblea General Ordinaria, realizada del 5 al 26 de octubre de 2008 contó con la asistencia de 253 Padres sinodales, quienes profundizaron el tema: “La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”

Ya el 6 de octubre 2006, el papa Benedicto XVI había anunciado su decisión de convocar la Duodécima Asamblea General Ordinaria para abordar el tema La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. El Sínodo de la Palabra de Dios quiso dar continuidad al precedente Sínodo sobre la Eucaristía del año 2005 y, de esta manera, resaltar la relación intrínseca entre la Eucaristía y la Palabra de Dios para la vida y la misión de la Iglesia.

Un rasgo distintivo de esta Asamblea sinodal fue su desarrollo coincidente con la celebración del Año Paulino, cuyo inicio fue el 29 de junio de 2008. Para conmemorar tal ocasión, la liturgia de apertura del Sínodo se celebró en la Basílica Papal de San Pablo Extramuros. Al mismo tiempo, dado el argumento que se discutía, un Rabino fue invitado por primera vez para dialogar con los Padres sinodales y con los participantes. Igualmente, a la Asamblea sinodal asistió por primera vez Su Eminencia Bartolomé I, Patriarca ecuménico de Constantinopla, quien se dirigió a los participantes sinodales durante la celebración de la Vísperas en la Capilla Sixtina.

Del mismo modo, las 55 Proposiciones elaboradas colegialmente por los Padres sinodales, fueron anunciadas por primera vez al público pro hoc vice en una traducción italiana. Durante la sesión conclusiva del Sínodo, los miembros anunciaron también el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius).

El santo padre redactaría posteriormente la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini, promulgada el 30 de septiembre de 2010.

Un año después, se llevó a cabo la II Asamblea Especial para África, fechada del 4 al 25 de octubre de 2009, en la cual 244 padres sinodales analizaron el tema: “La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz”.

El 13 de noviembre 2004, durante el Simposio de los Obispos de África y Europa, realizado en Roma, el papa Juan Pablo II, “acogió la voluntad del Consejo especial para África” y, respondiendo a “la esperanza de los pastores africanos”, anunció la convocación de la Segunda Asamblea especial para África. En la Audiencia semanal del 22 de junio de 2005, el santo padre Benedicto XVI volvió a confirmar esta decisión.

En el curso de la Segunda Asamblea Especial, los padres sinodales dirigieron su atención a las distintas realidades en la Iglesia en el continente africano, en especial a la reconciliación, la justicia y la paz para que la Iglesia pueda responder a su misión de ser “la sal de la tierra y la luz del mundo” en los ámbitos social, cultural y religioso.

La Asamblea sinodal aprobó el Mensaje final, que fue a la vez un llamamiento y una fuente de aliento para la misión de la Iglesia en África, y 57 Propositiones o Propuestas para ser presentadas al santo padre, en las cuales los padres sinodales se habían propuesto tratar pastoralmente las distintas cuestiones discutidas durante la asamblea.

Como resultado de esto, el santo padre firmó la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Africae munus, la cual fue entregada al pueblo africano y al mundo durante su viaje apostólico a Benín del 18 al 20 de noviembre de 2011.

La siguiente convocatoria tuvo la característica de ser una primera Asamblea Especial para Oriente Medio, para la cual el papa convocó a 185 padres sinodales del 10 al 24 de octubre de 2010, quienes abordaron una temática pendiente: "La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”

El santo padre Benedicto XVI anunció personalmente la convocación de la Asamblea sinodal el 19 de septiembre de 2009, en Castelgandolfo, en un encuentro con los jefes de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris.

Al mismo tiempo, el papa estableció también el Consejo Pre-Sinodal para Oriente Medio, cuyos miembros incluían los siete Patriarcas, concretamente, seis de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris y el Patriarca Latino de Jerusalén, y los dos presidentes de las Conferencias Episcopales de Turquía e Irán.

Los documentos preparatorios de la Asamblea sinodal designaron, además de Jerusalén y los Territorios Palestinos, los siguientes 16 países como “Oriente Medio”: Arabia Saudita, Bahréin, Chipre, Egipto, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Qatar, Siria, Turquía, la Unión de Emiratos Árabes y Yemen.

Además de los Padres sinodales, un número significativo de expertos, auditores, delegados fraternos e invitados --todos vinculados de alguna forma con la Iglesia en Oriente Medio--, tomaron parte en la asamblea sinodal, incluyendo un rabino y dos representantes musulmanes, los cuales se dirigieron a la Asamblea.

La Asamblea Especial para Oriente Medio tuvo como resultado 44 Propositiones, que se dieron a conocer al público pro hoc vice en una traducción italiana. En la conclusión del Sínodo, los miembros también publicaron un Mensaje para el Pueblo de Dios (Nuntius).

Casi un año después, y tras haber reflexionado y analizado las propuestas recibidas, el santo padre ofreció la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Medio Oriente, que fue firmada y presentada a la Iglesia en Oriente Medio durante su reciente visita apostólica a Líbano, del 14 al 16 de septiembre de 2012.

Hacia la Nueva Evangelización

En la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, realizada del 7 al 28 de octubre de 2012, participaron 262 padres sinodales, el número más elevado en la historia de los Sínodos.

Participaron en los trabajos los Delegados fraternos, representantes de 15 Iglesias y comunidades eclesiales que todavía no están en plena comunión con la Iglesia Católica. Al respecto, es importante señalar que Su Gracia Doctor Rowan Douglas Williams, Arzobispo de Canterbury y Primado de toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana, intervino durante la Asamblea Sinodal. Además, Su Santidad Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico, estuvo en la solemne Eucaristía del 11 de octubre, donde dirigió un mensaje.

Participaron en el Sínodo tres invitados especiales: el hermano Alois, Prior de Taizé (Francia), el reverendo Lamar Vest, presidente de la American Bible Society (EE.UU.) y el señor Werner Arber, profesor de Microbiología en el Biozentrum de la Universidad de Basilea (Suiza) y presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias.

Durante la Asamblea General, el santo padre presidió cuatro celebraciones litúrgicas. Una de ellas fue la solemne concelebración eucarística del 7 de octubre que marcó el inicio de los trabajos. Durante esta Eucaristía, el papa declararó doctores de la Iglesia a dos santos: san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen. Los trabajos sinodales terminaron el domingo 28 de octubre, con una concelebración eucarística en la que el papa estuvo acompañado por todos los padres sinodales.

El domingo 21 de octubre, mes misionero, el sumo pontífice presidió la misa de canonización de siete beatos: Santiago Berthieu, Pedro Calungsod, Giovanni Battista Piamarta, María del Monte Carmelo Sallés i Barangueras, Marianna Cope, Caterina Tekakwitha y Anna Schäffer.

Especialmente significativa fue la Eucaristía del 11 de octubre, con ocasión del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y del 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. En esta ocasión, el santo padre Benedicto XVI proclamó el Año de la Fe, que terminará el día de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.