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TODOS DEBEMOS POSEER UNA ESCALA DE VALORES
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20 Abril 2013. Todos nos movemos y actuamos conforme a unos principios que constituyen muestra moralidad. El DRAE, entiende que es moralidad, aquello que es conforme con la moral, definiendo la moral, como la ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia. También entiende el DRAE que la moralidad es el conjunto de facultades del espíritu, por contraposición a lo físico. Fuente: religión en libertad.
Nosotros actuamos por medio de actos y el carácter del conjunto de esos actos, es lo que constituye nuestra conducta o forma de actuar, la cual se atiene a unos principios, que como antes hemos dicho, estos constituyen nuestra moralidad. Estos principios que marcan nuestro comportamiento están integrados en una escala de valor o de valores, pues no existe igualdad entre ellos unos están por encima de otros. Para un cristiano y más para in cristiano católico, el principio supremo el de mayor valor es el de amar a Dios, todos los demás principios están subordinados a este: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. (Mt 22,36-40). He aquí, los dos primeros valores de nuestra escala de cristianos católicos y a estos dos valores o principios han de subordinarse todos los demás.
Existen también circunstancia o valores de orden material, que configuran nuestra actuación en el mundo del trabajo material, pero esta segunda escala de valores o circunstancias materiales, siempre han de estar sometidas a las superiores del orden espiritual. Pongamos un ejemplo: un médico moralmente, aunque se lo exija el centro donde trabaja, no puede efectuar un aborto, porque la ejecución de ese trabajo material, atenta a su moralidad, ya que está en contra de su escala de valores espirituales, que en el quinto Mandamiento de la Ley de Dios, le dice: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No mataras; el que matare será reo de juicio”. (Mt 5,21). Tienen prioridad absoluta nuestra escala de valores espirituales sobre la de valores materiales y no solo han de estar por encima sino que han de iluminar y configurar nuestra escala de valores materiales. Porque el valor moral, es el valor más grade de todos los bienes humanos. De modo que puede exigir que todos los demás le sean sacrificados. Para Carlo Caffarra: “La fuerza del valor moral, es la fuerza del amor creador de Dios que ha querido que cada uno de nosotros sea persona humana. Y este amor en nosotros que es completo, no alcanza su fin plenamente si nosotros nos sustraemos a la realización de los valores morales”.
Pero este es el ideal que desgraciadamente no se realiza en multitud de personas. Porque es el caso, de que en este mundo actual donde vivimos, dominado por el materialismo, el hedonismo y el relativismo todo se justifica, se mezclan churras con merinas y todos tan contentos, bueno no todos, porque los que amamos a Dios solo aceptamos como valores aquellos que nos acercan al Señor y si es necesario estamos o debemos de estar dispuesto a sacrificar nuestra vida, antes de quebrantar lo que ofende a Dios....
De acuerdo, hay valores materiales que también nos acercan a Dios, pero solo son aquellos, que están entroncados con algún valor espiritual. Cuando el Señor nos dice: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). No solo se está refiriendo a una perfección espiritual, sino a la perfección en todo nuestro quehacer en el orden material. Un trabajo material bien hecho, en función de nuestro debido amor a Dios, tiene un gran valor, es equivalente a una oración de alabanza al Señor. Un trabajo perfectamente hecho por amos al Señor, le alaba a Él, quizás más perfectamente que una oración vocal realizada mecánicamente.
En el Génesis podemos leer: “Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominada”. (Gn 9,7). Lo cual claramente nos indica, la obligación que tenemos de trabajar. San Pablo en una de sus epístolas nos decía: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan”. (Ts 3,10-12).
Nosotros ejecutamos siempre nuestros actos, función de nuestra escala de valores. Y como quiera que el orden espiritual, al ser este siempre superior y por tanto estar por encima del orden material, los valores o principios de nuestra conducta y comportamiento material, siempre han de estar sometido al dictamen de nuestra conciencia. Pongamos un ejemplo: Un tendero vende frutas y legumbres, si su conciencia es recta nunca amañará la balanza a su favor, defraudando a sus clientes, si por el contrario tiene la manga muy ancha, en sus actos materiales de comprar y vender defraudará lo que pueda. Es su alma la que le dicta su conducta pero en la escala de valores de muchas personas, el amor al dinero se encuentra por encima del amor a Dios. Benedicto XVI, cuando era cardenal escribía: “La moral tiene fuerza solo cuando Dios existe como fuerza interior de nuestro ser (Dasein), y no cuando procede de un puro calculo personal”.
Los valores morales, no han sido los hombres quienes los han creado por medio de su razón, sino que ha sido la sabiduría de Dios. El hombre tiene un pleno conocimiento de ellos, porque al tiempo de ser creado, Dios además de otras impronta o huellas, de su intervención que deja marcada en el alma de todo ser humano que nace, nos impronta con un pleno conocimiento de los valores morales, una conciencia de ellos y un remordimiento por el posible quebrantamiento de estos valores morales, que configuran la moralidad. Como consecuencia de lo dicho, el hombre tiene un perfecto conocimiento de los valores morales y de su obligación de no quebrantarlos.
Nosotros, al desobedecer la Ley moral de Dios, no destruimos esa ley, tan solo nos destruimos a nosotros mismos. Fulton Sheen pone un ejemplo muy didáctico, cuando escribe: Yo soy libre para emplear mal la Ley de la gravedad, saltando desde un alto edificio al vacío, pero al hacerlo, me mato a mí mismo, y la ley de la gravedad continúa rigiendo y actuando. Cuando nosotros obramos rectamente, nos estamos amando a su mismos y los demás de la misma forma que como Dios nos ama: Por puro y gratuito amor, porque el amor para que sea real ha de ser siempre desinteresado. A los ojos de Dios, solo la persona humana, tiene su pleno valor, cuando cumple con la Ley moral. Carlo Caffarra, escribe diciéndonos: “En sustancia, el fundamento último de la moralidad es la predestinación del hombre a existir en Cristo. Esta verdad encuentra una confirmación irrevocable en la praxis de la Iglesia en sus procesos de canonización, donde verifica la santidad cristiana de sus hijos mediante el control del ejercicio de las virtudes morales”.
DE QUÉ SE TRATA: SERVIR O SERVIDORES
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20 Abril 2013. Se ha indicado más de una vez…, que la santidad aparece bajo tres formas bastantes distintas, que corresponden a las tres gracias predominantes, y que ellas tienden a aproximarse, como caminos que, conducen a la cima de la montaña que hemos de alcanzar. Para el teólogo dominico Garrigou-Lagrange…estas tres gracias responden a los tres grandes deberes que tenemos para con Dios, que son: Conocerle. Amarle y Servirle. Fuente: religión en libertad.
Vamos pues a tratar sobre el tercer camino que hemos de seguir para alcanzar la cumbre de la montaña. Servir o ser servido, es esta una pregunta que nos plantea una cuestión, que pocos son los que mental y realmente la han resueltos ya. ¿A que hemos venido a este mundo: A servir o a ser servidos? Desde luego que los que somos creyentes y nos tomamos en serio, lo que creemos, inmediatamente nos decimos, hemos venido a servir, cada uno desde donde el Señor nos ha situado. Pero una cosa es decírnoslo, y otra el cumplimentarlo o practicarlo.
Nuestro Señor nos lo dejó dicho bien claro, a que había venido Él a este mundo, cuando hizo esta aseveración: "Sentándose, llamó a los doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. (Mc 9,35). Y continuó diciendo: “… el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. (Mc 10,45).
Servir es un verbo, cuyo ejercicio o acción se puede ver bajo distintos ángulos. Si nos atenemos estrictamente al orden material humano, que es con el que, mayoritariamente regimos nuestras vidas, entenderemos que, bien por nacer en un entorno adinerado, o por haber logrado ganar dinero con nuestro trabajo, sea esta ganancia lícita o muchas veces ilícita, tenemos a nuestro juicio, un indudable derecho, humanamente hablando, a que nos sirvan, entre otras razones, porque pagamos el dinero suficiente para que así sea. En cambio el que no se encuentra en esta situación, que es la mayoría, tiene la obligación de trabajar pasa servir al que le paga.
Y que nadie piense que en mis ideas ha influido Carlos Marx, sino solo mi amado Cristo, porque nunca olvidemos que todo lo que le pasa al mundo y a nosotros en particular, todo, absolutamente todo está o bien permitido por Él o querido por Él. Porque seamos pobres o ricos, todos estamos obligados a servir a los demás, y el rico con mucha más obligación, porque la medida de la vara con la que será juzgado, será mucho más grande de lo que él se imagina. Y no nos refugiemos en la idea de que no somos ricos, mirando siempre a los que están diariamente en los medios de comunicación y otros muchos que los son también, sin salir en los periódicos. Miremos, los millones de personas que no tieen la suerte de vivir en países ricos, como nosotros.
Esta forma de entender el servicio exclusivamente como un trabajo que obligatoriamente hay que hacerse para poder comer, es una visión completamente materialista del servicio a los demás. Y esto no es lo que el Señor nos dejó dicho. Todos estamos obligados a servir a los demás, seamos asalariados o adinerados, cada uno en el lugar donde el Señor nos ha situado para santificarnos, porque sirviendo a los demás estamos sirviendo al Señor. Que es nuestra principal obligación.
San Agustín decía: “Nada podemos dar a Dios que sea nuestro; pero si podemos dar al prójimo. Dando al menesteroso grajearás para ti la abundancia”. Pero el dar, no se trata siempre de dar dinero o bienes materiales, sino el darse uno mismo, sirviendo a los demás. Se trata de servir a los demás, con nuestro amor y no solamente con nuestro dinero, porque el dinero muchas veces nos sirve de disculpa para no servir a los demás.
En el documento del concilio Vaticano II, Lumen gentium, se hace una afirmación muy importante cuando se dice: “Servir es reinar”. Existe también otro principio básico, que siempre hemos de considerar y que nos dice que: “Servir es amar”. Esto nos lo ratifica nuestro sentido común, porque si servimos sin esperar nada a cambio es que amamos al que servimos.
Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los focolares dió una conferencia en Payerne (Suiza), el 26 de septiembre de 1982, y de esta conferencia tomo los siguientes párrafos: “Amar significa servir. Jesús nos dio ejemplo”. “Servir”, una palabra que parece degradar a la persona. Quienes sirven, ¿no suelen ser considerados habitualmente de categoría inferior? A pesar de ello todos queremos que nos sirvan. Lo exigimos de las instituciones públicas (¿no se llaman “ministros” las personas que ostentan altos cargos?), de los servicios sociales (¿acaso no se llaman “servicios”?). Agradecemos al dependiente cuando nos sirve bien, al empleado cuando nos atiende con rapidez, al médico y a la enfermera cuando nos tratan atentamente y con competencia… Si esto es lo que nos esperamos de los demás, tal vez los demás se esperan lo mismo de nosotros”.
Lo importante, es la doble interdependencia entra los términos servir y amar, porque Amar es servir y Servir es amar. Si no amamos a los demás no podemos alcanzar el Reino de los cielos, porque desde luego que el amor a Dios está ante todo y por encima de todo, pero es el caso de que en la materialidad en que vivimos, los demás que son todos los que nos rodean, creyentes o no creyentes, buenos o malos, todos, absolutamente todos, son amados del Señor, y hay que amarles a ellos a todos ellos y servirles, es la mejor forma que tenemos a nuestro alcance de demostrarle al Señor que nosotros le amamos.
Chiara Lubich también nos recuerda que el cristianismo es “servir, servir a todos, ver a todos como patrones: porque si nosotros somos siervos, los demás son patrones. Servir, servir, estar abajo, abajo, tratar de alcanzar el primado evangélico sí, pero poniéndonos al servicio de todos. El cristianismo es una cosa seria, no es un poco de barniz, un poco de compasión, un poco de amor, una pequeña limosna. ¡Ah, no! Es fácil dar limosna para sentirse con la conciencia tranquila y luego condenar u oprimir.”
El Abad Eugene Boyland, escribe diciéndonos: “Existe una tendencia a expresar nuestro celo fraternal en las obras corporales de misericordia y esta es la antigua tradición cristiana. Pero debemos recordar que nuestro deber principal para nuestro prójimo es de orden espiritual”. En otras palabras no podemos justificar nuestro amor al prójimo, agarrándonos a la materialidad de piadosas acciones. No olvidemos que el mundo tiene un importante problema que es la falta de amor a los demás. De este tema es mucho lo que la Madre Teresa de Calcuta, nos puede decir.
¿Y cómo hacer para servir? En aquel discurso, Chiara Lubich, señalaba simplemente dos palabras: “vivir el otro”, es decir, “tratar de entrar en el otro, en sus sentimientos, tratar de llevar sus pesos”. Nosotros nos encontramos tan metidos en nuestros propios problemas, en nuestras propias preocupaciones y problemas que no se nos ocurre pensar que los demás los puedan tener todavía mayores, y así somos incapaces de aliviar la carga de nuestro prójimo. Servir, para el arzobispo Nguyen Van Thuan, significa hacerse eucaristía para los demás, identificarse con ellos, compartir sus alegrías sus dolores, aprender a pensar con su cabeza, a sentir con su corazón, a vivir en ellos. Podriamos decir que servir es soportar también la cruz de los demás..
Nosotros en la medida que crecemos en la semejanza con Cristo por razón de amor, vamos siendo más capaces como Él, de tomar sobre nosotros las penas del prójimo, sin autosatisfacción ni paternalismo, sino con una fortaleza que quite de hecho la carga de sus hombros y les ayude a llevarla. Orientar toda nuestra vida hacia los demás es la clave del servicio al Señor de imitarle a Él. Servir es lo que más ennoblece a un hombre. En realidad el sentido de nuestra vida en la tierra es solo este: servir a los demás. Sirviendo a los demás, tendremos asegurada la vida eterna pues el Señor nos dejó dicho: “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre”. (Jn 12,26).