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Todos tenemos derecho de conocer a Jesucristo
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Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo
Homilía del papa Benedicto XVI en la Misa de clausura del Sínodo de los Obispos
CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT.org).- Esta mañana, en la Basílica de San Pedro, el papa Benedicto XVI presidió la Concelebración Eucarística de clausura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.
Homilía del santo padre, leída en presencia de cerca de 330 concelebrantes, entre cardenales, representantes de las Iglesias orientales, arzobispos, obispos, presbíteros y diáconos, así como de cinco mil fieles que llenaron la Basílica.
Venerables hermanos, ilustres señores y señoras, queridos hermanos y hermanas:
El milagro de la curación del ciego Bartimeo ocupa un lugar relevante en la estructura del Evangelio de Marcos. En efecto, está colocado al final de la sección llamada «viaje a Jerusalén», es decir, la última peregrinación de Jesús a la Ciudad Santa para la Pascua, en donde él sabe que lo espera la pasión, la muerte y la resurrección. Para subir a Jerusalén, desde el valle del Jordán, Jesús pasó por Jericó, y el encuentro con Bartimeo tuvo lugar a las afueras de la ciudad, mientras Jesús, como anota el evangelista, salía «de Jericó con sus discípulos y bastante gente» (10, 46); gente que, poco después, aclamará a Jesús como Mesías en su entrada a Jerusalén. Bartimeo, cuyo nombre, como dice el mismo evangelista, significa «hijo de Timeo», estaba precisamente sentado al borde del camino pidiendo limosna. Todo el Evangelio de Marcos es un itinerario de fe, que se desarrolla gradualmente en el seguimiento de Jesús.
Los discípulos son los primeros protagonistas de este paulatino descubrimiento, pero hay también otros personajes que desempeñan un papel importante, y Bartimeo es uno de éstos. La suya es la última curación prodigiosa que Jesús realiza antes de su pasión, y no es casual que sea la de un ciego, es decir una persona que ha perdido la luz de sus ojos. Sabemos también por otros textos que en los evangelios la ceguera tiene un importante significado. Representa al hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Es esencial reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo contrario se es ciego para siempre (cf. Jn 9,39-41).
Bartimeo, pues, en este punto estratégico del relato de Marcos, está puesto como modelo. Él no es ciego de nacimiento, sino que ha perdido la vista: es el hombre que ha perdido la luz y es consciente de ello, pero no ha perdido la esperanza, sabe percibir la posibilidad de un encuentro con Jesús y confía en él para ser curado. En efecto, cuando siente que el Maestro pasa por el camino, grita: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47), y lo repite con fuerza (v. 48). Y cuando Jesús lo llama y le pregunta qué quiere de él, responde: «Maestro, que pueda ver» (v. 51). Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y grita al Señor, con la confianza de ser curado. Su invocación, simple y sincera, es ejemplar, y de hecho – al igual que la del publicano en el templo: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13) – ha entrado en la tradición de la oración cristiana.
En el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma el camino, que desde aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre. El evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él nos muestra quién es el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue a Jesús «por el camino» (v. 52).
San Agustín, en uno de sus escritos, hace una observación muy particular sobre la figura de Bartimeo, que puede resultar también interesante y significativa para nosotros. El Santo Obispo de Hipona reflexiona sobre el hecho de que Marcos, en este caso, indica el nombre no sólo de la persona que ha sido curada, sino también del padre, y concluye que «Bartimeo, hijo de Timeo, era un personaje que de una gran prosperidad cayó en la miseria, y que ésta condición suya de miseria debía ser conocida por todos y de dominio público, puesto que no era solamente un ciego, sino un mendigo sentado al borde del camino.
Por esta razón Marcos lo recuerda solamente a él, porque la recuperación de su vista hizo que ese milagro tuviera una resonancia tan grande como la fama de la desventura que le sucedió» (Concordancia de los evangelios, 2, 65, 125: PL 34, 1138). Hasta aquí san Agustín.
Esta interpretación, que ve a Bartimeo como una persona caída en la miseria desde una condición de «gran prosperidad», nos hace pensar; nos invita a reflexionar sobre el hecho de que hay riquezas preciosas para nuestra vida, y que no son materiales, que podemos perder. En esta perspectiva, Bartimeo podría ser la representación de cuantos viven en regiones de antigua evangelización, donde la luz de la fe se ha debilitado, y se han alejado de Dios, ya no lo consideran importante para la vida: personas que por eso han perdido una gran riqueza, han «caído en la miseria» desde una alta dignidad –no económica o de poder terreno, sino cristiana –, han perdido la orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia.
Son las numerosas personas que tienen necesidad de una nueva evangelización, es decir de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1), que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino. Es significativo que, mientras concluimos la Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización, la liturgia nos proponga el Evangelio de Bartimeo. Esta Palabra de Dios tiene algo que decirnos de modo particular a nosotros, que en estos días hemos reflexionado sobre la urgencia de anunciar nuevamente a Cristo allá donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a toda la casa.
La nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia. Ella se refiere, en primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. Deseo subrayar tres líneas pastorales que han surgido del Sínodo. La primera corresponde a los sacramentos de la iniciación cristiana. Se ha reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la Eucaristía.
También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental. En efecto, se ha repetido muchas veces que los verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible para todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad.
En segundo lugar, la nueva evangelización está esencialmente conectada con la misión ad gentes. La Iglesia tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a los hombres que aún no conocen a Jesucristo. En el transcurso de las reflexiones sinodales, se ha subrayado también que existen muchos lugares en África, Asía y Oceanía en donde los habitantes, muchas veces sin ser plenamente conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los agentes pastorales y los fieles laicos.
La globalización ha causado un notable desplazamiento de poblaciones; por tanto el primer anuncio se impone también en los países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde el deber de los cristianos, de todos los cristianos – sacerdotes, religiosos y laicos -, de anunciar la Buena Noticia.
Un tercer aspecto tiene que ver con las personas bautizadas pero que no viven las exigencias del bautismo. Durante los trabajos sinodales se ha puesto de manifiesto que estas personas se encuentran en todos los continentes, especialmente en los países más secularizados. La Iglesia les dedica una atención particular, para que encuentren nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles. Además de los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la Iglesia intenta utilizar también métodos nuevos, usando asimismo nuevos lenguajes, apropiados a las diferentes culturas del mundo, proponiendo la verdad de Cristo con una actitud de diálogo y de amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor.
En varias partes del mundo, la Iglesia ya ha emprendido dicho camino de creatividad pastoral, para acercarse a las personas alejadas y en busca del sentido de la vida, de la felicidad y, en definitiva, de Dios. Recordamos algunas importantes misiones ciudadanas, el «Atrio de los gentiles», la Misión Continental, etcétera. Sin duda el Señor, Buen Pastor, bendecirá abundantemente dichos esfuerzos que provienen del celo por su Persona y su Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, Bartimeo, una vez recuperada la vista gracias a Jesús, se unió al grupo de los discípulos, entre los cuales seguramente había otros que, como él, habían sido curados por el Maestro. Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo.
Y su característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3). También nosotros hoy, nos dirigimos al Señor, Redemptor hominis y Lumen gentium, con gozoso agradecimiento, haciendo nuestra una oración de san Clemente de Alejandría: «Hasta ahora me he equivocado en la esperanza de encontrar a Dios, pero puesto que tú me iluminas, oh Señor, encuentro a Dios por medio de ti, y recibo al Padre de ti, me hago tu coheredero, porque no te has avergonzado de tenerme por hermano.
Cancelemos, pues, continúa san Clemente de Alejandría, cancelemos el olvido de la verdad, la ignorancia; y removiendo las tinieblas que nos impiden la vista como niebla en los ojos, contemplemos al verdadero Dios…; ya que una luz del cielo brilló sobre nosotros sepultados en las tinieblas y prisioneros de la sombra de muerte, [una luz] más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo» (Protrettico, 113, 2- 114,1). Amén.
LA MOJIGATERÍA SE IMPONE EN COLOMBIA
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28 Octubre 2012. Algo grave está pasando en Colombia en asunto de moral. A base de llamar mojigatería a todo intento sensato de defender la moral pública, se les van quitando piso y figura a la ética, a la moral pública, al ordenamiento social, que garantizan una convivencia humana de calidad. Y como nadie quiere pasar por mojigato, se guarda sus principios y valores para el gasto doméstico, y ¡viva la tolerancia!, ¡viva el relativismo moral!
No es asunto de casa. Ya el Papa actual, el día mismo de su elección, en su alocución de saludo a la multitud, llamó la atención sobre el relativismo moral, que carcome los fundamentos mismos de la convivencia humana y del crecimiento de la personalidad.
Pero acá entre nosotros, el problema reviste unas características muy tropicales; gozamos de una frescura sin igual para tragar peces gordos en materia moral, y todo ello con el visto bueno, cuando no con el estímulo y aprobación, de los magistrados de las altas cortes de la nación. Estos se han encargado de darles pase legal a comportamientos que socavan los cimientos mismos de la vida matrimonial, de las relaciones fundamentales y necesarias entre padres e hijos, del respeto al ser humano en su comienzo y su final. Dios no aparece por parte alguna: solo el culto al individuo y el libre desarrollo de la personalidad. Y los efectos los están recogiendo los padres de familia en los hogares, y los alcaldes en la vida social: droga, licor, riñas, asesinatos, suicidios al por mayor.
Los adolescentes son quienes más sufren las consecuencias de este relativismo moral. Con una personalidad aún no madura y estructurada, se ven invitados a toda clase de conductas reprobables, que manchan su fama y la de su hogar. Nada de valores morales, nada de principios éticos. Sin Dios, ni ley, ni Patria: todo está permitido. Dejémoslos a merced de su despertar, y vaya si despiertan con ansias de libertad. ¡Viva la libertad!, vale decir, el libertinaje.
Se está perdiendo el sentido común de la ética; se está perdiendo la sensatez; estamos cayendo en el relativismo moral, en la permisividad, con la virtud de la tolerancia como cota y escudo contra los dardos de la ética ciudadana.
Los magistrados, posiblemente con buena voluntad y todavía estrenando Constitución laica y poco interesada en valores morales, buscan ponerse a la altura de los pueblos "civilizados" que han dado vía libre al divorcio, al aborto, a la eutanasia y al relativismo moral.
Volvamos al principio: ¿qué llaman mojigatería los enemigos de todo principio moral? Un remoquete (dicho agudo y satírico) que le arrojan a la cara -audacia que está muy de moda- al guardián de la moral, al defensor de las tradiciones y valores morales, tan necesarios para la convivencia de seres humanos, dignos y civilizados. Se trata de un sutil insulto para amedrentar a todo el que quiere vivir de acuerdo con principios, con valores morales, con grandeza de espíritu y una auténtica personalidad. Los defensores del matrimonio y de la vida de hogar deben ser proscritos de la sociedad, tildados de mojigatos, hombres de sacristía, útiles tan solo para rezar.
¡Siquiera se murieron los abuelos!, para que no tuvieran que presenciar estos desórdenes y esta crisis de valores.
Hago un llamado a los hombres de principios y valores para que no se dejen intimidar por los audaces y desvergonzados, que solo buscan amplio margen para vivir a sus anchas, sin Dios, sin Patria y sin ley. De manera especial, me dirijo a los padres y madres de familia, a los verdaderos educadores, para que no se contenten solo con instruir. "Si el hogar, si el colegio, si la universidad se contentan con formar la inteligencia, sin cuidarse de formar con valores la personalidad, corren el peligro manifiesto de formar bárbaros, científicamente competentes, que es el tipo más peligroso de profesionales con que cuenta hoy día el país." Alfonso Llano Escobar, S. J. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla. Periódico El Tiempo. Colombia.