24 May 2025
 

 

 

21 Octubre 2012.  Según la etimología, eutanasia significa 'buena muerte'. Pero las palabras no hablan. Es el hombre quien las hace hablar y les da un significado. De ahí que la palabra eutanasia signifique tantas cosas, distintas e inclusive opuestas: para unos, significa ponerle fin a la vida de una manera 'digna', dicen ellos, forzando la palabra digna; para otros, significa morir dignamente respetando la voluntad de Dios en el proceso de morir. Autor:  Alfonso Llanos Escobar, SJ. Fuentte, Periódico El Tiempo, Colombia

                La Asociación Mundial Pro Eutanasia, fundada en el siglo XIX, se vio forzada a cambiar su nombre -que en un principio recibió resistencia y oposición de muchos- por otro más acogedor, recurriendo a una falacia, y se llamó "Asociación Pro Derecho a Morir Dignamente", pero llevaba en su interior la intención de favorecer la eutanasia activa. Por supuesto, conquistó la atención de muchos. ¡El arte de saber vender! Con frecuencia, engañando al consumidor.

                Vengamos a nuestro caso. Existe en Colombia la sentencia C-239 de 1997 de la Corte Constitucional, que despenaliza el acto médico que practique la eutanasia bajo condiciones especiales, la principal, la voluntad explícita del paciente, acosado por extremos e intolerables dolores. Dicha sentencia pide al Congreso que expida una ley que reglamente la práctica de la eutanasia.

                La tendencia de legisladores y cortes, en el mundo avanzado, en estos asuntos que tocan la vida, es manifiesta: liberalizar las costumbres de acuerdo con el espíritu de una cultura 'postcristiana'. Colombia, con la Constitución del 91, entró de lleno por esta vía. Y prisa que se viene dando.

                Pero hay que andar con pies de plomo en asunto tan delicado. Hay que contar con criterios claros y derechos reconocidos, que iluminen las deliberaciones del Congreso.

Digámoslo claramente: la vida no es un valor absoluto. De serlo, el soldado no podría exponer su vida por la Patria, ni el mártir cristiano, dar su vida por confesar su fe en Dios. La vida es un valor fundamental, en el sentido de que fundamenta todos los valores y derechos fundamentales.

                La pregunta clave en este momento, que debe iluminar las posiciones de fondo frente a la eutanasia, es la siguiente: ¿el derecho sobre la propia vida es absoluto -vale decir, nadie está por encima de la persona en lo referente al derecho sobre su vida, ni la Ley ni el Estado, solo la persona? ¿O tiene sus límites y, en este caso, cuáles y quién los señala?

Estaríamos hablando no solo de eutanasia, sino de suicidio. Pero este dejémoslo, por ahora, para otra ocasión. Por hoy nos estamos ocupando tan solo de la sentencia de la Corte Constitucional sobre eutanasia y la ley que la reglamenta.

                La respuesta a la pregunta es religiosa. Aclaro: el creyente en Dios -y esta es una de las aplicaciones concretas de creer seriamente en Dios- reconoce y acoge el señorío de Dios sobre la propia vida. Nos la dio en usufructo. Y él se reserva el Señorío sobre la vida. Por eso, el creyente respeta dicho señorío y acata el momento de la muerte natural como la forma de morir dignamente. Aquí la dignidad descansa sobre el reconocimiento de Dios y la sumisión alegre y total a su santa voluntad.

                A su vez, reconozco que el no creyente, llámese ateo o agnóstico, debe ser respetado en sus creencias y no puede ser obligado por la Ley a obrar de acuerdo con la fe en Dios del creyente. Se siente dueño de su vida (le pregunto, de paso, ¿y sus familiares y el Estado no tienen algún derecho sobre él?) y con el señorío para disponer en forma absoluta de ella. No veo una razón para que ni el legislador ni el médico creyente le puedan imponer al no creyente sus principios y sus propias creencias religiosas.

                A la hora de legislar sobre la eutanasia, la Ley debe reconocer y respetar ambos derechos: tanto el del creyente como el del no creyente.

Así creo, así opino, "salvo meliori iudicio".   Alfonso Llano Escobar, S. J.  Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.

14 Octubre 2012Instruir es desarrollar la inteligencia. Educar es formar al hombre.

                El dilema se les presenta a los educadores: ¿cuál debe ser su objetivo con los educandos que tienen delante: desarrollar tan solo su inteligencia o formar al hombre integral, honesto y responsable, lo cual incluye el desarrollo de su inteligencia?  Autor: Pbro. Alfonso Llanos Escobar, SJ.  Fuente (Periódico el tiempo, Colombia)

                El dilema, teniendo en cuenta las consecuencias de cada modelo, es evidente, es gigantesco: equivale a escoger entre el día y la noche, entre lo bueno y lo malo, entre el hombre correcto y el criminal. Resulta incomprensible y pasmoso que, dadas la inteligencia de los educadores y la evidencia de las consecuencias, no caigan en la cuenta de los resultados, abismalmente contradictorios, y no tomen las medidas del caso.

                Educar, del verbo latino educere (sacar, desarrollar), es poner todo el sistema educativo al servicio del desarrollo de todas las potencialidades del educando para formarlo hombre íntegro, ciudadano ejemplar.

                Lo cual no debe ser opcional, sino imperativo, de acuerdo con el modelo de hombre que necesite la sociedad. Si la institución educativa desea formar ciudadanos íntegros y honestos, científicamente competentes, escoja un sistema educativo y un programa equilibrado que dé por resultado profesionales eficientes, ciudadanos completos y bien educados.

                Si la institución opta por "formar bárbaros, científicamente competentes, que es el tipo de seres humanos más peligroso que hoy existen en la sociedad", entonces que elimine la ética y las materias humanísticas de sus programas y se limite a darles ciencias y tecnologías.

                La educación trabaja con una filosofía y un concepto del hombre, explícitos o implícitos en la mente de los educadores, que les sirve de modelo al cual deben configurar al educando. Las características principales del hombre actual, según el sociólogo francés Gilles Lipovetski, son: "Libre despliegue de la personalidad, legalización del placer, reconocimiento de las exigencias personales, modelación de las instituciones con base en las aspiraciones de los individuos, con un mínimo de coacciones y un máximo de elecciones privadas posible; con un mínimo de austeridad y un máximo de deseo; con la menor represión y la mayor comprensión posible". Y se podría completar diciendo que la educación actual tiende a ser individualista, egoísta, orientada al lucro, al consumo y a la indiferencia frente a los pobres y marginados. Consecuencia de haber sacado de los programas a la ética, los valores y las materias humanísticas.

                A juzgar por los resultados, la sociedad actual ya resolvió el dilema y eligió este concepto individualista de hombre, y trata de ajustar a los educandos a este modelo. Las consecuencias no se han hecho esperar. Fuera de un reducido número de profesionales honestos que buscan servir a la sociedad, abundan los políticos corruptos, los ladrones de cuello blanco y corbata, los jóvenes drogadictos, los adolescentes parranderos, obsesionados por la droga, la música ruidosa y el sexo fácil (light), la risa estridente y chabacana, los juegos bruscos y las peleas con sangre; o bien, las situaciones depresivas, fruto de la soledad, la ausencia de Dios, el vacío, la falta de sentido, que desembocan en los dolorosos intentos de suicidio. A nivel internacional, tenemos las masacres causadas por muchachos inestables y perturbados psicológicamente.

                Los padres de familia no deben continuar indiferentes ante estos hechos, funestos y frecuentes. Se trata nada menos que de sus hijos e hijas. Tienen que reaccionar, ojalá de forma masiva y organizada, con manifestaciones públicas y peticiones concretas, con el eslogan de 'queremos educación, no solo instrucción para nuestros hijos'.

                Háganlo por ustedes, por ellos, por la sociedad. Necesitamos que el hombre futuro no sea un robot, con un celular en una mano y un Black-Berry en la otra, montado en un automóvil último modelo, con apartamento en Miami o Cartagena.

                No. Ustedes, padres de familia, deben aspirar al ciudadano ideal, el hijo fiel que mire por ustedes, respetuoso del celador y del anciano, que sonría, que tenga buenas amistades, que sea honesto, buen padre, buen hijo, buen ciudadano.  Alfonso Llano Escobar, S. J.  Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.